Cuando hablamos de Estado, nos viene a la cabeza el modelo de Estado “democrático” que nos han inculcado. Un Estado democrático significa que es el pueblo el que tiene el poder, que es la opinión de la mayoría la que impera y que todos sus ciudadanos son iguales en derechos y obligaciones. Estas y otra sarta de falacias son con las que nos bombardean desde nuestra más tierna infancia para que, poco a poco, vayamos asumiéndolas como si fueran algo imposible de cambiar
No nos engañemos, el Estado no es un elemento neutral que vele por los intereses de toda la población, sino que cumple una función clara y perfectamente definida. No olvidemos que, en una sociedad inserta en la lucha de clases, el Estado no solo no es neutral, sino que es una estructura que toma partido. Su posición es la de defender y perpetuar los intereses de unos pocos: la clase dominante, de la gran burguesía monopolista. Es por ello que el Estado burgués es antagónico a los intereses de nuestra clase: la clase obrera, doblegándonos a los intereses del capital y educándonos para que no veamos formas diferentes de organización social más allá del capitalismo.
Uno de los errores más comunes a la hora de contextualizar el Estado es identificarlo con el gobierno. El Estado se dota de diferentes herramientas e instituciones que permiten mantener este sistema y, con ello, las condiciones de explotación y alienación que sufrimos cada día. Entre todas ellas se encuentra el gobierno, pero también el sistema educativo, los medios de comunicación, las instituciones religiosas, las fuerzas y cuerpos represivos del Estado o el sistema judicial. Todas ellas tienen en común el ser instituciones surgidas para proteger los intereses de la clase dominante y mantener el statu quo de este momento histórico. Es el Estado quien, bajo el pretexto de la defensa de la propiedad privada, usa sus herramientas para desahuciarnos, para expulsarnos de las aulas o para defender a los dueños de las fábricas que nos están dejando sin opciones de subsistencia. Ningún gobierno, por bienintencionado que sea, podrá modificar esta naturaleza si acepta las reglas del juego y no destruye las estructuras existentes que permiten la dominación del capital.
Y estas estructuras no se destruyen desde dentro, no se destruyen canalizando las propuestas de la calle a través de las instituciones, no se destruyen haciendo que la estructura del Estado absorba más elementos de nuestra lucha. Solo se destruyen con la organización, el aprendizaje y la lucha continuada; con la entrega de miles y miles de militantes luchando por la superación de un sistema opresor que los engulle y los escupe en base a los beneficios de las empresas. Es necesario que como clase trabajadora seamos conscientes del papel que juega el Estado y del que jugamos nosotras para poder acabar con este sistema, para saber de qué manera debe darse la batalla.
No podemos quedarnos con la consigna de tomar las instituciones para modificar el sistema o tomar el poder, el propio Estado burgués tiene sus herramientas para seguir defendiéndose. Por ello, si el Régimen del 78 es su escudo, seamos capaces de construir el arma que lo destruya, seamos capaces de construir la herramienta que nos permitan alcanzar una vida que merezca ser vivida y que no dependa de la necesidad de beneficio de nuestros explotadores. Organicémonos como clase, enfrentémonos a ellos y defendamos nuestros intereses frente a los suyos.