Las autoridades sanitarias ya nos han ido advirtiendo a lo largo de estos días de que, a partir de las 72 horas con aguas estancadas, proliferan en el ambiente los elementos patógenos, causantes de enfermedades e infecciones. Por ello, no nos resultó sorprendente ver este domingo campar a sus anchas por los pueblos anegados de Valencia a un peligroso parásito. Lo que sí sorprendería a muchos, sin embargo, sería encontrarse con que las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, en vez de haberse desplegado para protegerlos de tales riesgos, dedicaron sus esfuerzos, precisamente, a preservar la vida del parásito.
El rey tuvo el domingo la peregrina idea, propia de quien no vive con los pies en el barro, de descender de los cielos a tratar de sanar los males del pueblo con una simple imposición de manos. Allí donde se presentó, fue recibido, como no podía ser de otra manera, con una lluvia de barro y piedras que solo podemos lamentar que no haya caído con la misma contundencia que la que descargó sobre nosotras hace días. Tras el baño de realidad, decidió que era oportuno pasar la tarde compartiendo la madriguera en la que se esconden las otras alimañas que nos han traído hasta aquí, haciendo primero como que no pasaba nada, y haciendo, ahora, que siga sin pasar nada, si de ellos depende. El atasco en el trabajo de los voluntarios, la desorientación en las tareas que dependen del Estado, el despliegue de brazos inútiles que por todas partes vemos expectantes por la llegada de la autoridad es una perfecta metáfora de la solución que nos puede ofrecer el séquito de Felipe VI.
Se habla de tirar con pólvora del rey cuando se quiere hacer referencia a que una labor no supone esfuerzos o gastos para quien la realiza, porque se hace sobre los esfuerzos de otros. En estos días, estamos viendo a nuestro alrededor miles y miles de ejemplos de esta situación. Tiraban con pólvora del rey Amancio Ortega, Florentino Pérez y Juan Roig cuando estos días donaban “de su bolsillo” millones de euros que se han obtenido mediante la explotación de los obreros, a los que se mandaba a trabajar en medio de la tormenta para recaudar esos mismos millones que ahora pretenden que nos dan, obviando que solo nos los devuelven. Tiran con pólvora del rey los ministros de Su Majestad que imploran a las empresas que no manden a nadie a trabajar- sin resultado, como hoy mismo estamos viendo-, que pidan ERTES, que se permitan el lujo de no pagar nuestros sueldos ni nuestras cotizaciones, pues ya el Estado se hará cargo de pagarnos y evitarnos el riego de trabajar mañana. Tiran con pólvora del rey porque esas cotizaciones y esos sueldos salen, también, de unos impuestos que se cobran sobre el valor que los trabajadores han producido en forma de mercancías.
Lo llamamos tirar con pólvora del rey, pero hoy ni siquiera el rey ignora que esa pólvora no es suya. Ni siquiera el rey se permite ignorar que, por más que llueva, no hay agua en el mundo que apague el potencial explosivo del polvorín de Valencia.