El pasado 17 de enero, tras quince meses de exterminio continuado contra el pueblo palestino, recibimos la noticia de un alto el fuego en la zona que se prometía más duradero que los anteriores. Las condiciones del alto el fuego permitirían el regreso de los rehenes israelíes y palestinos y la entrada de ayuda humanitaria en Gaza, algo que hasta ahora había sido impedido por Israel. Pero la noticia, recibida con alivio por las fuerzas progresistas de todo el mundo, oculta más de lo que a simple vista se observa.
Este alto el fuego, como no paran de recordarnos las constantes amenazas de romperlo- que ya comienzan a materializarse[1]– por parte de Israel no supone el final del conflicto entre Israel y Palestina, de la misma forma que los ataques del 7 de octubre llevados a cabo por Hamás, a los que continuamente aluden los ambivalentes, no fueron su comienzo. El conflicto entre Israel y Palestina hunde sus raíces muy atrás en el tiempo, y solo en su aspecto más superficial es un enfrentamiento entre dos pueblos.
La existencia del Estado de Israel no se puede comprender sin conocer el papel de las potencias occidentales en las dos guerras mundiales del pasado siglo. En ellas, una pugna por el reparto del mundo enfrentó a los más poderosos estados, y, con ellos, a sus colonias, en una guerra de una escala hasta entonces desconocida. En medio de estos enfrentamientos tiene lugar la Revolución de Octubre, que establece el primer Estado Proletario de la historia. La Unión Soviética establece como uno de los principios de la lucha revolucionaria global el derecho de los pueblos a la autodeterminación y la independencia nacional, consigna que rápidamente cobra nueva fuerza en muchos de los territorios que, en ese momento, se encontraban bajo el dominio colonial.
Pero si bien la consigna del derecho de los pueblos a la autodeterminación tiene amplio predicamento por todo el globo, esta es rápidamente resignificada mediante los catorce puntos de Wilson y su encarnación institucional en la Sociedad de Naciones, que aspiraba a ser garante de la paz posterior a la I Guerra Mundial y basaba su actuación en una lectura interesada del concepto de autodeterminación. Así, una vez concluida la guerra, las potencias vencedoras (el Reino Unido, Francia y los Estados Unidos, principalmente) proceden a un nuevo reparto del mundo en el que, en nombre de la autodeterminación de los pueblos, se desmiembran los antiguos imperios austrohúngaro y otomano y se reparten de nuevo los territorios asiáticos y africanos de los estados derrotados en la guerra[2]. Para “asegurar” la autodeterminación en estos territorios, se establecen mandatos al cargo de los vencedores, a través de los cuales se debía producir una transición hacia la independencia[3].
Uno de los mandatos establecidos es el Mandato Británico de Palestina, en el Próximo Oriente. En este territorio, a lo largo de los años, desde finales del siglo XIX, se ha ido estableciendo una población judía de origen occidental que, siguiendo los postulados del Sionismo, considera que se debe establecer una nación judía en el territorio prometido por Yahvé a su pueblo en el Antiguo Testamento. Si por una parte la población judía había ido adquiriendo algunas propiedades en la zona, por otro lado se habían ido creando asentamientos agrícolas comunales, los kibutz, que fueron consentidos por los británicos.
El conflicto en el Mandato Británico de Palestina entre los palestinos e israelíes comienza a fraguarse en estos años, pues existe un trato más favorable a los nuevos colonos occidentales que a los habitantes de la zona asentados en ella durante generaciones. Con todo, la cuestión se recrudece claramente tras la II Guerra Mundial. En 1947, tras el final de la conflagración mundial, los Aliados acuerdan un nuevo reparto del mundo, su botín de guerra, que hipócritamente, de nuevo, se trata de presentar como acorde con el derecho de los pueblos a la autodeterminación. Los antiguos imperios coloniales occidentales comienzan a ser conscientes de que el esfuerzo bélico ha reforzado los argumentos de los pueblos del mundo acerca de su derecho a la independencia, y ellos mismos se encuentran debilitados por la guerra como para someter como hasta ahora a las antiguas colonias. Sin embargo, no están dispuestos a renunciar a sus esferas de influencia y van a plantearse medios a través de los cuales perpetuar el sometimiento y el expolio de Asia y África. Como antiguos señores de las colonias, van a supervisar la transición a la independencia en muchos territorios, sea por medios pacíficos o, como en el caso de Vietnam o Argelia, mediante la guerra.

En el caso del Oriente Próximo, Occidente encuentra en el sionismo un medio para mantener su dominio sobre la zona, reconociendo, en nombre del derecho de autodeterminación del pueblo judío, al Estado de Israel, dando así carta de naturaleza a la colonización blanca del territorio palestino que estaba teniendo lugar desde finales del siglo XIX. De esta forma, en el momento en que se produce la constitución de Israel como Estado, se le concede a esta entidad el 55% del territorio del antiguo mandato, cuando, previamente, la población judía en la zona solo era propietaria del 7% de la tierra, y lo era a título particular, algo que también habrían seguido siendo bajo un Estado palestino.
La independencia de Israel había sido precedida por la proliferación de ataques terroristas perpetrados por la organización sionista Irgun, origen de la ideología supremacista sobre la que se construye el estado de Israel y el partido de su actual dirigente Benjamin Netanyahu.
El conflicto entre Israel y Palestina ha subsistido desde entonces, con explosiones bélicas más o menos destacadas, pero sin apagarse nunca del todo, auspiciado por la complicidad de unas potencias occidentales que ven en Israel el guardián de sus intereses en la zona. De esta forma, desde la creación del Estado de Israel, los países occidentales se han posicionado sistemáticamente a su favor en todos los conflictos, apoyándolos directa o indirectamente y favoreciendo que este siguiese expandiéndose y sometiendo de facto a los pueblos de su entorno. El caso más flagrante, claro, es el de Palestina, donde tiene lugar una guerra asimétrica entre una fuerza militar de élite, formada y abastecida por los Estados de la esfera de influencia estadounidense, y unas guerrillas populares dispersas a las que interesadamente los medios occidentales tratan de presentar como un ejército nacional. La guerra es desigual, asimismo, por sus objetivos: frente a la lucha legítima del pueblo palestino en pro de su independencia y en defensa de un territorio que les fue arrebatado, nos encontramos una actuación por parte de Israel que no distingue objetivos civiles y militares y se dispone al asesinato sistemático de este mismo pueblo, destruyendo hospitales y escuelas, centrando sus ataques en la infancia y negando el acceso de ayuda humanitaria a la zona.
De esta forma, podemos verificar cómo, desde su creación en 1948, las fronteras de Israel han crecido progresivamente, ocupando extensiones que, en el momento de la partición del territorio, se habían considerado palestinas e incluso alcanzando territorios de terceros países, como en el caso de los Altos del Golán, en Siria, o las Granjas de Shebaa y otros territorios del Sur de Líbano. Vemos, por tanto, que Israel cumple un papel como policía de Occidente en la zona, encargado del sometimiento no solo de Palestina sino de otros tantos países, llegando a lanzarse a diversas acciones militares contra otros Estados abiertamente opuestos al imperialismo otanista, como en el caso de Irán.
A partir de la Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel ha dominado virtualmente todo el territorio del antiguo Mandato, pues su ejército ocupa incluso el territorio concedido al pueblo palestino. Sin embargo, y a pesar de que todos los países occidentales votaron a favor de la ya de por sí abusiva propuesta de partición inicial, hoy no hay un país que defienda las fronteras de 1948. En su lugar, dan por hechos consumados las conquistas israelíes posteriores, defendiendo, si acaso, un Estado palestino más mermado aún.
Pero si la masacre sostenida por el ente sionista es posible, es debido a que cuenta con el respaldo de EE. UU. y de todos sus secuaces, interesados como están en mantener un etnoestado blanco en la zona que la someta a su voluntad. El único límite a su actuación parece ser de carácter moral, por cuanto algunos Estados han visto en el genocidio, por fin, una línea roja que no puede cruzarse a la ligera. En esta situación no podemos obviar el papel que la organización proletaria juega a la hora de conducir a algunos Estados a inclinarse hacia el reconocimiento de Palestina- con la salvedad de que solo están dispuestos a reconocer una Palestina doblegada ante los designios occidentales. A la cabeza de esta Palestina servil, Occidente aspira a situar a Fatah, organización que virtualmente controla los sectores no ocupados de Cisjordania, pero que no solo no representa la voluntad del pueblo palestino, sino que ha cumplido un execrable papel en la represión de la resistencia allí donde ejerce su poder.

Cuando decimos que la línea roja del genocidio no se puede cruzar a la ligera, insistimos en este apéndice, pues, a pesar de todo, se cruza y se seguirá cruzando mientras exista el Estado de Israel, un implante occidental en un territorio en el que ya existía una población asentada, cuya autodeterminación se ve cercenada como condición para sostener el Estado sionista. Israel sigue siendo beneficioso a los intereses occidentales, y, mientras eso ocurra, se seguirá sosteniendo su existencia; incluso cuando, como ahora, se defienda asimismo la existencia de un Estado palestino.
El Estado palestino que Occidente quiere es uno sometido a su voluntad, como lo está también el Estado de Israel. Es contrario al auténtico derecho de autodeterminación de los pueblos, pues estará dominado por los intereses occidentales y vigilado por Israel. No en vano, antes de comenzar la masacre que se ha prolongado durante los últimos quince meses, Israel había otorgado unas licencias de exploración de recursos en aguas palestinas[4]; unos intereses económicos que alimentan el proyecto sionista de ocupación del territorio. Detrás del interés reciente por el reconocimiento de Palestina parece estar la voluntad de conjugar la limpieza de conciencia de las grandes potencias con el aseguramiento de la puesta a su servicio de estos recursos. No podemos perder de vista esta cuestión cuando analizamos los tibios cambios de postura de algunos Estados de nuestro entorno y su reciente defensa del Estado palestino con las fronteras de 1967.
Esta defensa es un avance con respecto a la situación previa, sí, pero un retroceso con respecto a la postura de defensa de un solo Estado y de aplicación del derecho de autodeterminación de los pueblos en toda su amplitud en la zona, lo que exige el final de la injerencia occidental, responsable, en última instancia, del genocidio del pueblo palestino. Esta postura no puede desligarse de la lucha por el desmantelamiento del Estado de Israel, pues este no se detendrá ante el virtual exterminio del pueblo palestino, sino que continuará, como hasta ahora, atacando y tratando de someter al resto de Estados de su entorno.
Hoy, muy pocos gobiernos denuncian abiertamente la actuación de Israel como genocida; y solo alguno más reclama el reconocimiento del Estado Palestino[5]. Pero llegan más de medio siglo tarde a lavar sus conciencias. La posibilidad del genocidio palestino estaba inscrita en la creación del Estado de Israel, y ha sido criada y alimentada durante décadas con el aprovisionamiento del Estado que solo ha sido posible con la complicidad de todo Occidente[6]. Solo el nivel de atrocidad con que ha actuado Israel ha empujado a algunos Estados a pretender que se lavan las manos con el asunto; y solo esto hacen, pues, por mucho que clamen por el fin de la guerra, no se plantean ni se plantearán jamás, mientras sus intereses sigan en juego, el bloqueo de Israel, su desarme, su responsabilización consecuente por el genocidio, ni mucho menos su disolución como Estado, única premisa bajo la cual será posible parar el exterminio de un pueblo entero. Denunciar el genocidio mientras se sigue suministrando armamento a Israel, mientras se mantienen acuerdos con el ente sionista, mientras no se hace nada de manera efectiva por pararlo, por proteger al pueblo palestino, por darle siquiera una ayuda humanitaria; actuar así no exime de culpa a Occidente, que ha renunciado a defender a la humanidad, a la que sus propias leyes consideran herida en su totalidad a través del sufrimiento del pueblo palestino.
El genocidio palestino nos demuestra que el derecho internacional es papel mojado y que los intereses del capital occidental están por encima de la humanidad misma; que esperarán cuanto sea necesario antes de parar el baño de sangre con tal de asegurar su beneficio, sea mediante el Estado de Israel, sea mediante una Palestina entregada a Fatah; que están dispuestos a dejar caer a Israel, sí, pero solo cuando sus víctimas estén dispuestas a convertirse también en guardianas de sus intereses.
Por todo ello, no podemos esperar verdaderos cambios del necesario- y, a pesar de todo, frágil- alto el fuego. En el tiempo que ha transcurrido desde su anuncio, han sido múltiples los intentos de violarlo por parte de Israel, respaldado por una nueva administración estadounidense comprometida hasta la médula con la limpieza étnica palestina[7]. Así, mientras en Gaza no acaban de aplicarse las medidas del alto el fuego tal como se acordaron, Israel se dedica a reforzar su presencia en Cisjordania[8], continuando la colonización de la zona y escudándose en las noticias de supuestos ataques terroristas, sin víctimas, que el propio genocidio palestino alienta cada día[9]. La perspectiva para Gaza, de cumplirse los designios de Estados Unidos, parece ser la de la expulsión definitiva de los palestinos. La tibieza a la que nos tienen acostumbrados en sus respuestas los serviles estados de Occidente no presenta medios para poner freno a esta actuación, que solo es imposibilitada por la resistencia del pueblo palestino y la oposición de otros Estados árabes a su expulsión[10].
En estas circunstancias, el proletariado revolucionario debe mantenerse vigilante, defender hasta las últimas consecuencias el derecho del pueblo palestino a la independencia nacional y la autodeterminación y luchar por romper el frente occidental que sostiene el genocidio del pueblo palestino. No basta con reclamar el reconocimiento de Palestina, no basta con aceptar las fronteras trazadas por los “árbitros” occidentales; solo la defensa de la extinción del Estado de Israel asegurará la supervivencia del pueblo palestino. Defender hoy a Palestina y llevar esta lucha hasta sus últimas consecuencias es inseparable de la lucha contra el imperialismo en todas sus dimensiones, y exige de nosotros sostener una lucha denodada contra la actuación internacional de nuestros propios Estados, por el fin del reconocimiento del Estado de Israel, por el fin de la injerencia occidental en Oriente Próximo.
¡Desde el río hasta el mar, Palestina vencerá!
[1] https://es.euronews.com/2025/03/01/hamas-dice-que-no-ha-habido-avances-en-la-segunda-fase-del-alto-el-fuego-en-las-conversaci
[2] A este respecto ya señalaba Lenin, en su Carta a los obreros de Europa y América, en enero de 1919 cómo “Las habladurías hipócritas de Wilson y de los «wilsonistas» acerca de la «democracia» y la «liga de naciones» quedan desenmascaradas con asombrosa rapidez cuando vemos la ocupación de la margen izquierda del Rin por la burguesía francesa, la ocupación de Turquía (Siria y Mesopotamia) y parte de Rusia (Siberia, Arjánguelsk, Bakú, Krasnovodsk, Ashjabad, etc., etc.) por los capitalistas franceses, ingleses y norteamericanos […]”
[3] Esta situación ya fue, de hecho, denunciada en la época, cuando, por ejemplo, en una entrevista con delegaciones extranjeras, en 1927, Stalin declara que “la Unión Soviética no es miembro de la Sociedad de Naciones ni participa en ella porque […] no quiere responsabilizarse de la política imperialista de la Sociedad de Naciones, de los ‘mandatos’ que la Sociedad de Naciones concede para la explotación y la opresión de las colonias”.
[4] https://www.aa.com.tr/es/econom%C3%ADa/las-licencias-de-exploraci%C3%B3n-de-gas-que-israel-otorg%C3%B3-en-zonas-dentro-de-la-frontera-mar%C3%ADtima-de-palestina/3138217
[5] https://www.bbc.com/mundo/articles/c511dwzqdepo
[6] Esta complicidad llega a situaciones que no esperábamos volver a ver, con respuestas como la francesa reconociendo una supuesta inmunidad a Netanyahu o la del candidato a canciller alemán Merz invitando explícitamente a un criminal perseguido internacionalmente como Netanyahu a visitar el país ignorando las órdenes de detención, reviviendo la perenne complicidad de Occidente con el genocidio que ya conocimos en el caso de Pinochet.
[7] https://www.rtve.es/noticias/20250226/trump-video-ia-gaza/16466708.shtml
[8] https://www.elsaltodiario.com/palestina/yenin-cisjordania-israel-40000-desplazados
[9] https://elpais.com/internacional/2025-02-20/israel-investiga-como-atentado-las-explosiones-en-tres-autobuses-vacios-cerca-de-tel-aviv.html
[10] https://www.elsaltodiario.com/palestina/protestas-todo-mundo-estafa-inmobiliaria-anunciada-trump-gaza