Durante esta semana de diciembre se celebra en Madrid la Cumbre Contra el Cambio Climático (COP25) en la que, siguiendo la estela de su propia definición y de ediciones anteriores, asistimos a un juego teatralizado donde aquellos que procuran los intereses de las oligarquías económicas juegan desde posiciones desiguales al reparto de responsabilidades y a la toma de medidas; siempre de cara a la galería.
Con tareas pendientes aún desde la pasada cumbre en París (COP21), la crisis ecológica o climática sigue contemplándose exclusivamente como una crisis de emisiones de CO2 y aumento de temperaturas, cuestiones que se revelan por sí mismas una burda reducción.
La contención del aumento de temperaturas por debajo de los 2ºC (incluso hablan del 1,5ºC) no sólo requeriría de un descenso abrupto e inmediato de las emisiones, sino que es incompatible con el actual modo de producción y el modelo energético que lo sostiene. Incompatible desde los propios intereses económicos implicados y que buscarán aumentar su rentabilidad a toda costa, generando respuestas como la reducción de combustibles diésel o la comercialización de vehículos eléctricos. Todo ello por sí solo no alcanza la magnitud de la cuestión y a largo plazo suponen un agravante, revelándose como medios para poder encarecer formas de energía última tales como la electricidad, desplazando el foco y la actuación sobre la raíz del problema, al tiempo que se abren nuevos nichos de mercado.
Señalamos que en el centro de la crisis ecológica se sitúa la crisis de recursos energéticos, siendo hoy dependientes al 90% de la energía primaria procedente de los combustibles fósiles y el uranio. Ni la inversión de todos los recursos fósiles e hipotéticas voluntades en fuentes de energía renovables empañan el hecho objetivo de que cualquier medida es inviable bajo este sistema depredador, que depende de éstas para mantener los niveles de rendimiento energético consecuentes a los niveles de producción, distribución y consumo actuales y que primará en el transcurso el beneficio privado a cualquier coste, mientras se descarga sobre la clase trabajadora las consecuencias materiales más directas y los resultados que, por distintos medios está suponiendo y supondrá agravada, la pugna de intereses en el tablero del imperialismo.
Enfatizamos que la toma de medidas es urgente, pero señalamos los límites que éstas encuentran en el régimen capitalista y alertamos de las consecuencias más inmediatas de mayor explotación y pérdida de derechos que éstas limitadas e interesadas formulaciones pueden suponer para la clase trabajadora. Por eso hacemos un llamamiento al conjunto de la juventud obrera en la necesidad de nuestra auto-organización en los centros de trabajo, en nuestros centros de estudio y barrios, construyendo redes de fuerza, enclaves y modelos por y para nuestra clase que sean capaces de confrontar, impugnar y superar el régimen actual desarrollando nuestra propia soberanía.