Camarón de la Isla y las estaciones del Metro. ¿Cuestión de clase?
Este mes de Julio se cumplen 25 años de la muerte de José Monge, conocido mundialmente por su nombre artístico, Camarón de la Isla, y la efeméride ha pasado casi sin pena ni gloria. Aparte de algún concierto privado y la escueta reseña en los medios de comunicación, debiera destacar que el cantaor más famoso de la historia del flamenco no tenga ni homenajes públicos, ni reconocimientos por parte del mundo de la cultura.
Esto contrasta con los honores que ha recibido otro de los grandes de la música, Paco de Lucía, quien por ejemplo recibió el Premio Príncipe de Asturias, fue nombrado Doctor honoris causa por varias universidades del Estado español y de Estados Unidos, y se le dio su nombre a una estación de Metro en Madrid. A su funeral acudió el Rey y mandaron sus condolencias Rajoy y Susana Díaz entre otros. Siempre se ha dicho que Camarón al cante elevó al flamenco como Paco de Lucía a la guitarra, pero ambos han recibido un trato muy distinto a pesar de sus logros equiparables, ¿A qué puede deberse esto?
José Monge nació en la Isla de San Fernando, hijo de una canastera y un herrero gitanos. No fue al colegio apenas, como muchos otros niños en este país, por necesitar su familia de su trabajo, especialmente a partir de la muerte de su padre a sus 7 años. Para poder vivir del cante tuvo que emigrar de joven a Madrid, donde conoció a Paco de Lucía, con quien grabó múltiples discos. Revolucionó por completo la música, e introdujo por primera vez instrumentos como el bajo, la batería o el sitar en una grabación flamenca. Su disco Soy Gitano fue el primer LP flamenco en conseguir un disco de Oro, y los cassettes con sus canciones se pasaban y se copiaban miles de veces.
Camarón se convirtió en un icono popular, popularizando el flamenco a nivel internacional, y su fenómeno cultural alcanza las decenas de reediciones de su obra en Europa, EEUU, Japón etc. Los posters con su imagen decoraban cientos de paredes en nuestro país, y murió, humildemente en su casa baja de la Línea, debilitado por la adicción a la heroína y víctima de un cáncer. Fue enterrado envuelto su féretro en la bandera del pueblo gitano, y acudieron a su entierro decenas de miles de personas.
Y sin embargo, ni él ni su familia recibieron ni una ínfima parte de las ventas de sus discos y sus actuaciones. De las 164 canciones que grabó, solo están registradas a su nombre 27, estando casi todas las canciones de su primera época inscritas a nombre de Antonio Sánchez, el padre de Paco de Lucía y productor de sus discos. La transnacional estadounidense Philips, propietaria de sus derechos, hizo el resto. Amargamente se lamentaba Camarón, en una entrevista pocos días antes de morir, de que a su familia no le iba a quedar nada, y pedía humildemente que a ellos les dejaran al menos la mitad del dinero que él había generado para poder asegurarles el futuro. No pasó así, y de hecho, la familia tampoco recibió un euro de la película que sobre su vida se rodó, porque la productora se declaró “insolvente”, a pesar de los ingresos de taquilla. A día de hoy su mujer, “La Chispa” Montoya, sigue trabajando en una mercería.
Camarón fue un trabajador de la cultura, despojado de los frutos de su trabajo y de la autoría misma de su cante, en un fenómeno análogo al de cualquier trabajador bajo el sistema capitalista. Su figura era la de un humilde trabajador, orgulloso de ser gitano, que visibilizaba la cultura y la marginación de su pueblo y que padeció la tragedia de la heroína -diablo vestido de ángel que cantaban Los Calis- como tantas otras personas de los barrios obreros en los 70 y los 80. Esa figura contestataria resulta mucho más indigesta para el capitalismo que la de Paco de Lucía, un guitarrista blanco, no racializado, casado con la hija de una familia de la oligarquía vasca e hijo de un guitarrista reconvertido en empresario musical.
Sin querer desvirtuar la valía artística de Paco de Lucía, él supone un referente cultural asumible para el Régimen del 78, mientras que Camarón jamás lo supondrá. Es evidente, por tanto, que en el ámbito cultural la cuestión de clase se pone una vez más de manifiesto, y que la cultura del Estado español se encuentra atenazada por el Régimen, que filtra los productos culturales en base a si sustentan o no su proyecto político. Y es evidente también que, a pesar de que sus canciones resuenen en cientos de auriculares de pasajeros todos los días, Camarón nunca tendrá a su nombre una estación de Metro.
«Nos criamos, en los ríos y en los puentes,
otros en chabolas,
somos diferentes.
Te lo dice Camarón.»
Te lo dice Camarón (1986)