Ante la campaña de blanqueamiento de Juan Carlos Borbón: ¡no nos engañan!
Frente a la monarquía corrupta de los capitalistas ¡Construyamos la III República de las trabajadoras y los trabajadores!
Hoy, 2 de junio, el rey Juan Carlos I se retira de la vida pública, y asistimos a una campaña de propaganda por parte de los medios de comunicación del gran capital al servicio del Régimen del 78 y de su Monarquía en la que se alaba su figura como el Rey de todos los españoles y uno de los artífices de la democracia.
Ni el PCE ni los pueblos de España le debemos nada al monarca: su figura fue la que aseguró la legitimidad y la fidelidad del aparato franquista (especialmente del ejército) al nuevo régimen, haciendo realidad la expresión de que Franco lo dejó todo “atado y bien atado”. Esto es algo, además, demostrado por los hechos al jurar el Rey Juan Carlos cuando fue sucesor en 1969 lealtad al jefe del Estado y a los principios del movimiento en las cortes franquistas.
De este modelo, la ilegitimidad del monarca, como sucesor del franquismo, para reinar tras la transición no fue ningún problema porque el aparato del Estado de la dictadura no se modificó en su núcleo esencial durante la la transición, como es el caso de las Fuerzas Armadas, los cuerpos de seguridad del Estado o la justicia. El propio Adolfo Suaréz, ante la periodista Victoria Prego en 1995, reconoció en una grabación oculta a todos y todas las españolas hasta después de la abdicación, que si se hubiera realizado un referéndum para decidir la forma de Estado, la república hubiera sido la más votada. En definitiva, el Rey Juan Carlos I no construyó su legitimidad ante el pueblo español hasta el 23F. Se trata de un episodio oscuro y con fuentes destruidas y ocultas que no permiten analizar realmente lo que pasó, pero lo que sí podemos afirmar es que fue con su discurso ese mismo día cuando supuestamente el Golpe de Estado se para y Juan Carlos I se convierte en el rey que defiende la democracia.
La figura de Juan Carlos I no es cuestionable únicamente por su antidemocrático origen si no por el papel que ha cumplido durante 40 años de mandato: los casos de corrupción en la Casa Real, su presunto papel como lobista al servicio de los grandes capitalistas españoles en el extranjero, sus relaciones políticas y económicas con autócratas como los reyes de Arabia Saudí y Marruecos, su fortuna personal acumulada durante su reinado u otros casos como el episodio de la caza de elefantes, son ejemplos que nos hacen retroceder a siglos pasados donde los súbditos tenían que soportar sobre sus hombros y bolsillos las arbitrarias actuaciones de los monarcas.
No olvidemos el muro de absoluta impunidad que rodea al ahora Rey Emérito, con una justicia que mira para otro lado cada vez que se trata de indagar mínimamente en las muchas conductas presuntamente delictivas que rodean la actividad personal del Borbón.
La tradición republicana, profundamente asentada en las fuerzas progresistas en nuestro país, emerge cada vez que un movimiento popular plantea una alternativa al régimen existente. Ante el periodo de movilizaciones de 2010-2014 el monarca no tuvo otra opción que abdicar, pues su legitimidad y popularidad cayeron y aún hoy siguen cayendo. Así lo demuestra el avance de la opinión favorable a una república, y a la realización de un referéndum en el que decidir la forma de Estado, avance que ha provocado que el el CIS elimine de sus encuestas cualquier pregunta al respecto.
La República es inevitablemente la forma de gobierno deseable para el futuro de nuestro país, no sólo como único sistema plenamente democrático en el que todas las instituciones del Estado, incluida la la Jefatura del Estado, son elegibles. También como concreción del nuevo modelo de país en el que los derechos de la clase obrera sean una realidad y no solamente un catálogo en una carta magna que los poderes públicos se niegan a cumplir cuando se trata de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras. La burguesía española, la que amasó su fortuna con la explotación colonial de otros pueblos y con la dictadura fascista, sus medios de propaganda y sus partidos han tratado desesperadamente de rescatar la figura de Juan Carlos I para dotar de legitimidad a la Monarquía y garantizar un poco de ésta a su hijo Felipe IV, que sigue sin encontrar su 23F por mucho que lo intentará con el 1 de octubre. Aunque silencien y encarcelen a las voces discrepantes y cierren filas en torno a esta institución premoderna, ni los y las comunistas ni las personas demócratas y progresistas nos dejamos engañar. En democracia, la única legitimidad de un Jefe de Estado procede de la periódica y democrática expresión de la voluntad popular en las urnas.
¡Viva la República!