Otro 6 de diciembre más se celebra el día de la constitución, una festividad que contribuye a seguir construyendo el mito y lavarle la cara ante la clase trabajadora. Nos la han vendido como aquel pacto -que se justifica como necesario en aquellos tiempos y por ello desde entonces inamovible- que permitió la ruptura efectiva con la dictadura precedente. Esta concepción, convenientemente amparada por los medios de comunicación al servicio de la burguesía, es falsa ya que la constitución sólo supone un cambio formal de un Estado que, al igual que antes, sirve necesariamente a la burguesía para mantener la explotación de la clase trabajadora y está en contra de nuestros verdaderos intereses. Esta ruptura puramente formal queda constatada en el hecho de que muchos de los que redactaron y debatieron el texto un día se acostaron franquistas y al siguiente demócratas, no hubo una ruptura con las instituciones del régimen anterior por la que la constitución es, de facto, una continuación de las mismas. Por tanto, lo más preocupante de esta concepción es que esconde de forma interesada la verdadera naturaleza de la Constitución: ser la herramienta que permite la perpetuación y la dominación del Estado burgués durante la transición y desde entonces.
Basta echar una ojeada a la constitución para ver cómo ésta recoge y ampara las instituciones que reprimen a la clase trabajadora, como las fuerzas armadas o los cuerpos policiales; cómo instaura y defiende la monarquía, que está directamente relacionada con el franquismo, actúa como afianzadora ideológica del capitalismo como sistema económico; cómo sienta las bases de un sistema judicial que utilizan contra la lucha obrera y para defender la propiedad privada por encima de la vida y las necesidades de nuestra clase; cómo se ha utilizado como arma frente a las expresiones de las distintas nacionalidades que ella misma reconoce. El pacto social que se suponía haber firmado nace ya muerto, el supuesto blindaje de las condiciones de vida de nuestra clase que fueron arrancadas al Estado con sangre y sudor es incompatible con la defensa a ultranza de la propiedad privada y del beneficio empresarial.
Por otro lado, no podemos olvidar que se ha ido dando una interpretación y un desarrollo legal de la Constitución cada vez más reaccionario, hasta llevar a último punto sus mecanismos de dominación que superan todo pacto social o original. Asimismo, pese a su carácter previo a la entrada en la Unión Europea y la dificultad teórica para su reforma, no ha tenido dudas en doblegarse a los mandatos de la UE tras la crisis económica de 2008 y para mayor tranquilidad de la oligarquía financiera y la burguesía europea aceptaron que el pago de deuda externa era prioritario para nuestro país.
El caracterizar la Constitución como lo que es, elemento clave del Régimen del 78 y del Estado burgués, nos hace condenar su celebración y legitimación. Pero también nos hace entender que no podemos luchar por ninguna reforma de la misma, no podemos destinar todas nuestras fuerzas en conseguir ciertas migajas para la clase trabajadora manteniendo su esencia o en ocupar espacios de representación en los parlamentos con la intención de modificarla. Aún con todas las reformas que consiguiéramos hacer efectivas, la Constitución seguiría estando al servicio de un Estado que -no debemos olvidar- tiene un carácter de clase. Por tanto, al igual que ahora, seguiría apuntalando y manteniendo un sistema de explotación basado en las relaciones sociales capitalistas.
Tenemos claro por tanto que, ante la irreformabilidad del Estado burgués para que sirva a los intereses de nuestra clase, es necesario que rompamos con él y sus instituciones para construir sobre sus cenizas un Estado camino del Socialismo. Un Estado que tome la forma de una Tercera República al servicio de la clase trabajadora, independiente del imperialismo de la Unión Europea y de la OTAN, antimonopolista, feminista, plurinacional y democrática.
Como principal sostén del Régimen del 78, la constitución se erige como uno de sus más importantes escudos. Construyamos el arma capaz de destruirla organizándonos como clase, no creyendo en su propaganda y luchemos por un Estado del que verdaderamente seamos partícipes que responda a nuestros intereses.