En 1945 desaparecieron los fascismos históricos (con la peculiar excepción española), pero el fascismo siguió existiendo. Hoy hay crisis, hay riesgo de revolución, y el capital, como en los años 20-30, necesita rearmarse. Veamos cómo lo hace en los diferentes estados de Europa.
Primero de todo, ¿qué es el fascismo?
Los propios fascistas nos dirán: “es un movimiento nacionalista, revolucionario, antimarxista y anticapitalista”. Y nadie duda de su nacionalismo, como tampoco de su antimarxismo. Pero el problema lo encontramos cuando buscamos el aspecto revolucionario, o anticapitalista, y es que precisamente el fascismo, en sus diferentes formas (llámese fascismo “a secas”, nacionalsocialismo, nacionalsindicalismo, rexismo…), se ha destacado siempre como una herramienta reaccionaria al servicio del capital.
El marxismo en cambio lo tenemos más claro: el fascismo es la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero. El fascismo nació tras la Revolución Rusa, como reacción temerosa ante un posible contagio revolucionario en Europa Occidental. Surgió con una fraseología revolucionaria, para atraer a la clase obrera, pero financiado por el gran capital. Allí donde triunfó instauró dictaduras terroristas en las que aplastó las reivindicaciones de clase y sometió toda actividad política y económica a los dictados del gran capital.
El análisis de los diferentes países pone sobre la mesa el verdadero riesgo existente de que el ascenso del fascismo sea algo más grave que una mera amenaza. El gran argumento ideológico de los liberales diversos ha sido vincular capitalismo con democracia; ha sido dar a entender que sólo el capitalismo es garante de un sistema democrático, y que las limitaciones de las democracias son inevitables e insuperables. Con este argumento se criminalizan los movimientos en lucha contra el capitalismo o contra algunos de sus caracteres, acusándolos de totalitarios.
Pero lo que consiguen, lejos de amedrentar a nadie, es evidenciar el auténtico rostro represivo del capitalismo en cualquiera de sus formas, sobre todo cuando al mismo tiempo que se reprime la movilización social, se permite el crecimiento de movimientos fascistas como los examinados en los apartados anteriores. Además, ante la situación de crisis en que se halla el régimen, cuyos eslóganes ya no convencen y cuyas instituciones están seriamente cuestionadas, nos pone ante el peligro de que los argumentos tradicionales sean abandonados y la democracia quede en el más profundo olvido. El desarrollo de leyes en España como la antiprotesta es un ejemplo de ello. Por eso, ahora más que nunca es necesaria una acción amplia y coordinada contra el fascismo, sin perder de vista que su origen único es el capitalismo, y que luchar contra el fascismo sin luchar contra el capitalismo carece de amplitud estratégica y, por tanto, de efectividad a largo plazo. Contra el fascismo, ¡ni un paso atrás!