Para Wittig, en este ya “clásico” trabajo, la categoría del sexo no es invariable ni natural, sino que es un uso político de la categoría “Naturaleza” que sirve a los propósitos de la sexualidad reproductiva. En otras palabras, no hay razón para separar los cuerpos humanos en masculino y femenino, excepto que tal división es funcional a las necesidades económicas de la heterosexualidad y le otorga un halo de naturalidad como institución.
La sexual es una interpretación política y cultural del cuerpo, y no hay distinción sexual o de género a lo largo de las líneas convencionales; el género es construido dentro del sexo, y el sexo demuestra tener un género desde el comienzo.
Dentro del conjunto de relaciones sociales impuestas, las mujeres son sometidas, ahogadas, inmersas antológicamente en el sexo; son su sexo, e inversamente, el sexo es necesariamente femenino.
En lo que llamamos “heteropatriarcado”, el “sexo” es la realidad; el efecto de un proceso violento que es ocultado por ese mismo efecto.