A medida que crece la incertidumbre que vive la población agudizada por la situación de pandemia que nos atraviesa, también aumenta la necesidad del capital de sacar a sus perros de presa para mantener su hegemonía y su tasa de ganancia. Esto se traduce en un auge de la reacción y la generación de un caldo de cultivo propicio para la proliferación de ideas fascistas.
Como marxistas y revolucionarias, nuestro papel debe ser caracterizar todo movimiento, y tendencia ideológica, inserto dentro de las complejas relaciones que se generan dentro del sistema en el que vivimos. No podemos intentar llegar a comprender qué se esconde detrás del auge reaccionario, sin vincularlo con el modelo económico capitalista. Debemos, por lo tanto, alejarnos de infantilismos y reducciones absurdas que relacionan el crecimiento de las ideas que subyacen al fascismo y la extrema derecha (ultranacionalismo, racismo, misoginia, etc.) con el aumento de la desinformación o con personas ignorantes sin llegar rascar en la superficie y ver qué se esconde detrás. Haciendo un análisis materialista, llegaremos a la conclusión de que el fascismo y el capitalismo son dos caras de la misma moneda o, siendo más precisos, dos formas dentro del mismo sistema económico.
A grandes rasgos, el panorama económico que nos encontramos en el país, y sin querer profundizar demasiado pues no es nuestro objetivo hacer aquí un sesudo análisis del desarrollo de las fuerzas productivas en España, es una economía completamente dependiente a todos los niveles. Por un lado, la terciarización de la producción del país hace que gran parte de la población dependa de la estacionalidad del turismo. Por otro lado, los grandes capitales de otros sectores son subsidiarios de capitales internacionales mayores por la posición que ocupa este país en la cadena imperialista. Esa situación de dependencia hace que el discurso nacionalista, encabezado por la pequeña burguesía, tenga una oportunidad de calar entre diferentes capas de la población incluida la clase obrera. En el contexto español, además, se suma el hecho de que el Régimen del 78 no solo no responde a los intereses de la clase obrera, sino que bebe directamente de la dictadura franquista por su deuda pendiente con las víctimas del régimen, el mantenimiento de la esencia de sus instituciones y poderes fácticos y por la defensa de la institución monárquica impuesta en su día por el dictador, como símbolo y garantía de lo anterior.
La tendencia a la generación de monopolios hace que la pequeña burguesía pierda fuerza al no poder competir con los grandes capitales y requiera de un espacio en el que poder continuar desarrollando su actividad económica. La generación de este entorno pasa por la aplicación de políticas proteccionistas, por la generación de un sentimiento que ensalce el espíritu nacional y por la defensa de las instituciones más reaccionarias del régimen (Iglesia, ejército, monarquía o poder judicial). Y es justo ahí, donde entran los movimientos de extrema derecha cercanos al fascismo y para trasladar su discurso. Discurso que si nos paramos a analizar simplemente busca un enemigo al que culpabilizar de todos los males cuando realmente estos son generados como un desarrollo normal del proceso de acumulación capitalista. La intención que se esconde detrás de ese tipo de discurso es intentar captar el descontento de la población planteando “soluciones” irreales, pues bajo ningún concepto cuestionan la hegemonía del capital, y sólo se centran en señalar un colectivo vulnerable para que cargue con la culpa.
Pero no es solo la pequeña burguesía la que se beneficia del auge de la reacción. Las grandes empresas también ven una gran oportunidad en la proliferación de estas tendencias que van en contra de cualquier movimiento que ataque las bases materiales o ideológicas del sistema económico actual: criminalización del comunismo, rechazo a cualquier tipo de sindicalismo de clase, defensa del individualismo frente a la colectividad, etc.
Es precisamente en las épocas de crisis capitalista en las que como vemos cada día se acentúan los ataques reaccionarios contra las trabajadoras que reclaman sus derechos, las mujeres que luchan contra el patriarcado, el colectivo LGTB que combate la discriminación o las migrantes que tratan de conquistar una vida digna. El fascismo y la extrema derecha que le abona el terreno, utilizan las crisis capitalistas en las que las trabajadoras ven mermadas sus condiciones materiales, como el perfecto escenario para continuar la involución en derechos sociales y democráticos conquistados por la clase obrera en España.
Las medidas adoptadas los últimos meses están haciendo que, de la clase explotadora, la capa que ve más atacada su modo de producción sea la pequeña burguesía (esto se materializa por ejemplo en los cierres de bares y otros pequeños comercios). Es esta misma capa la que está auspiciando las movilizaciones que recorren el país desde hace unas semanas por las que campa a sus anchas el discurso de extrema derecha con la excusa de la defensa del pequeño propietario.
Por tanto, la única conclusión posible es que solo con el derrocamiento del capital seremos capaces de vencer al fascismo pues este es intrínseco al sistema capitalista y una pata fundamental para el sometimiento del mismo. Sin duda es el brazo armado que usa la burguesía cuando ve mermada su tasa de ganancia o requiere un mayor grado de explotación para mantener beneficios y por ello debemos analizarlos juntos ya que solo así señalaremos al verdadero culpable y podremos saber dónde atacar.
Ante esta situación, la juventud trabajadora solo tiene un camino: luchar contra la reacción por la República y el Socialismo para conquistar una vida digna, con derechos y libertades democráticas y libre de racismo, machismo y LGTBfobia.
Hoy como ayer, la juventud antifascista gritamos ¡no pasarán!