El viernes 16 de septiembre, en Bratislava, se desarrolla la segunda reunión informal de los 27 estados miembros de la UE, excluido Reino Unido. Esta reunión, que afronta la situación de dicha institución imperialista, pretende servir para abrir “una reflexión política” en un marco de desilusión popular con este proceso.
Después de la llamada de atención del Brexit, el Consejo Europeo, que reúne a todos los presidentes de los Estados miembros, ha comenzado una serie de reuniones con el fin de reflexionar sobre las causas del descontento con el devenir de la Unión. Los términos de la discusión están claros: evitando apelar a “más” o “menos” Europa, la preocupación es mantener unido este polo imperialista que es la UE, evitando que las tensiones entre las clases dirigentes de cada Estado o el descontento de las capas populares puedan erosionarlo.
El presidente del Consejo Europeo ha enviado unas reflexiones generales a los participantes de la cumbre, en las que se reflejan claramente los elementos que preocupan a las altas esferas de la UE. Donald Tusk afirma que “no se trata de realizar cambios en los tratados o en los procedimientos”, sino de fortalecer la voluntad política y la imaginación de los Estados. Paradójicamente, considera que esto no es un “cambio lampedusiano”. Lo cierto es que la apuesta de Donald Tusk no parece otra cosa que un intento de “salvar los platos” ante el resquebrajamiento de una UE que hace unos años parecía incuestionable.
Es necesario tener en cuenta que el presidente del Consejo es polaco, y por lo tanto se alinea con la visión del denominado “grupo de Visegrad” (Hungría, Eslovaquia, República Checa y Polonia). Parte de su comunicado refleja las posiciones de ese grupo, como negar que la solución sea aumentar las competencias de la UE o defender la necesidad de respetar la soberanía estatal a la hora de marcar las prioridades. La propia posición de estos países en la cadena imperialista explica estos análisis.
De todos modos, la visión no difiere de las posiciones defendidas por países con una hegemonía mayor en el seno de la UE. Francia, Italia y Alemania, reunidos en Italia a bordo del portaaviones Garibaldi, “símbolo” de las políticas de la UE con los refugiados, han marcado una agenda similar a la de Tusk, dejando claro que las diferencias entre Visegrad y esos países son secundarias, como también lo son las diferencias entre, por ejemplo, Italia y Alemania.
Las capas dirigentes de los países de la UE aúnan esfuerzos, dejando a un lado sus diferencias, por salvar la estructura imperialista de la incertidumbre creada por el Brexit y la situación de crisis orgánica del capitalismo. El verdadero problema de la UE no está vinculado a la coyuntura política. Por el contrario, su propia naturaleza imperialista impide un desarrollo de la estructura distinto al del empobrecimiento de los pueblos de Europa y la amenaza constante de la guerra. Los mecanismos de control de la soberanía estatal, limitando la posibilidad de políticas en favor de las capas populares, sólo dejan lugar a una vía: la capitalista. Además, por mucho que desde la burguesía se apele a “repensar” Europa, el desarrollo del capitalismo no deja otra salida que no sea el cambio de sistema. Cualquier intento de “superar” el imperialismo y evitar su naturaleza bélica o la concentración de poder económico dentro del sistema capitalista es una utopía.
La miopía de los gobernantes europeos, incapaces de cuestionarse los fundamentos de la UE, desplazan el centro del problema a la seguridad, el terrorismo y las personas refugiadas. Las capas populares, avasalladas por los mass media y los partidos de la derecha, padecen los efectos de las políticas imperialistas, pero todavía no son capaces de clarificar el verdadero origen de los ataques que reciben. El discurso de Tusk es claro, los problemas son, por este orden, la inmigración (“el punto de inflexión”), el terrorismo y la seguridad económica frente a la “globalización”.
Algunos partidos y personalidades “de izquierda” caen en la trampa tendida por los “partidos del Orden europeo”. Se identifica la oposición a la UE con la xenofobia y la ultraderecha. Sin embargo, las políticas agresivas contra la inmigración son mantenidas por los partidos del establishment europeo. Por ejemplo, Merkel, tras la derrota en las recientes elecciones regionales tenía que enfrentar la oposición de sus socios, la CSU. Su respuesta fue el reconocimiento que tenía pendiente «la reducción del número de migrantes y la repatriación de quienes no tienen derecho a residencia». A nadie se le esconde el carácter criminal del acuerdo con Turquía. No hay dos visiones de las personas refugiadas en el seno de la clase dirigente.
En lo económico, la división de concepciones sobre la UE se alinean en un punto: el capital europeo necesita del TTIP para fortalecer su posición en la cadena imperialista. Visegrad, y con los cuatro países también Tusk, dejan claro que no renuncian a la sumisión al capital transnacional. El presidente del Consejo lo deja claro: “si no conseguimos alcanzar los acuerdos de comercio crearemos la impresión de que el Brexit ha hecho estallar un proceso de desaparición de la UE del juego global”. Las declaraciones de ministros en Francia y Alemania deben entenderse en su contexto: un panorama de elecciones con malos augurios para los partidos gobernantes. Ante esto, la apertura comercial al capital podría requerir desechar unas siglas tan manidas como “TTIP”, pero no parece previsible que vaya a frenar en seco.
Frente a la actitud posibilista de una izquierda que, consciente o inconscientemente renuncia a un futuro en el que el pueblo se desembarace de la dictadura de los monopolios, los y las comunistas tenemos que reconocer el carácter imperialista de la UE, y asignar a la oposición a dicha organización el carácter que tiene: el discurso hegemónico se resquebraja, y la renuncia a desarrollar un discurso ideológico firme sobre los efectos de las políticas imperialistas de la UE tanto dentro como fuera de sus fronteras margina las posiciones revolucionarias. Como siempre, el eje fundamental de esta batalla está entre la reforma o la ruptura con la UE, y el miedo a los compañeros de viaje de extrema derecha es el miedo a la materialización de nuestras propias conclusiones teóricas.
De todos modos, los resultados del Brexit también ponen de manifiesto otro problema. La salida de la UE no es una salida de por sí revolucionaria, ni siquiera “progresista”. Determinados sectores de la burguesía podrían asumir esta posición como propia, una vez las contradicciones, y no solo estructurales, se desarrollasen lo suficiente. Ahí es donde los y las comunistas debemos dar la batalla ideológica: no hay espacio a políticas en favor del pueblo sin la oposición incondicional a los “partidos del Orden europeo”, sin un cambio revolucionario, también a nivel estatal, que altere las condiciones sociales, permitiendo recuperar la soberanía popular y abriendo el paso a una sociedad en la que los monopolios no dirijan la economía, sino los y las trabajadoras.
En definitiva, el tablero de la partida europea está empezando a configurarse. Los “partidos del Orden europeo” empiezan el teatro del debate político, intentando salvar el carácter imperialista de la UE a toda costa. Sus aliados históricos, la derecha populista y extremista, están listos para borrar del mapa cualquier alternativa en favor de las capas populares. Ahora le toca mover ficha a las organizaciones revolucionarias. La teoría nos la sabemos: “¿nos atrevemos a vencer?”.