Elecciones en Estados Unidos: la clase obrera huérfana. «Make American monopolies great. Again»
Las elecciones desarrolladas en los Estados Unidos durante el 8 de noviembre dejan un resultado que plantea un cambio de enfoque de la política de la primera potencia imperialista, pero que no altera la base de las relaciones económicas y políticas entre la clase obrera y el capital. Para comprender las consecuencias de este resultado es fundamental no perderse en los elementos accesorios y el “espectáculo” que siempre ha caracterizado las elecciones estadounidenses. Lejos de las estridencias y la corrección política impostadas, es fundamental tener en cuenta los modelos sociales representados por los candidatos y las tendencias de cada uno.
Hillary Clinton y Donald Trump, representantes icónicos del establishment político y de los poderes económicos respectivamente, plantearon una pugna de dos modelos de interpretación del contexto actual de los Estados Unidos y el mundo. Cada uno ha apostado por lecturas diferentes, que ponen el acento en diferentes sectores del capital norteamericano. Trump es propietario de una de las cadenas hoteleras e inmobiliarias más importantes de EE.UU., y ha apostado por el fortalecimiento del sector productivo en el interior del país. Durante la campaña defendió la necesidad de recuperar la Ley Glass-Steagall, que separa los bancos comerciales de los de inversión e impide a los primeros emular a los segundos. Esto preocupó al sector financiero, pero está por ver si no era más que un intento por seducir a los votantes de Sanders. Clinton, por su parte, está más vinculada al sector financiero, habiendo sido apoyada por importantes fondos de inversión. Además, cuenta con el apoyo de la industria armamentística, debido a sus apuestas en política exterior.
La apuesta demócrata incluía una propuesta de política distributiva, pero de nuevo se trata de otro señuelo electoral. Es preciso recordar que el apoyo de Wall Street a los Clinton se debió a la apuesta de los “nuevos demócratas” de sustituir la igualdad social por la igualdad de oportunidades. Trump, por su parte, prometió apoyar a la clase obrera a través del proteccionismo y la lucha contra la deslocalización. Fruto de esta promesa, el candidato republicano consiguió recabar el 63% de apoyo de los y las votantes que consideraban que el futuro de los EE.UU. sería peor que el presente.
En el fondo de estas propuestas, dejando de lado las promesas electorales, se encuentra la oposición entre un modelo proteccionista y uno expansionista y globalizador, con semejantes consecuencias para la clase obrera. Las apuestas demócrata y republicana plantean simplemente dos modelos de fortalecimiento del imperialismo. Con la vista puesta en someter a los y las trabajadoras Trump ha apostado por el espantajo del “enemigo interno” (representado sobre todo en el latino), mientras que Clinton sigue apostando por su apaciguamiento a través del excedente derivado del dominio imperialista en el interior. La idea de fomentar el mercado interno a través del “Made in USA” es una idea común, aunque Trump ha apostado por penalizar a las empresas que deslocalicen y Clinton simplemente por fomentar el consumo interno.
En política exterior, las propuestas han sido diferentes, pero no cabe esperar que el triunfo de Trump suponga el fin de las injerencias imperialistas que han definido a los Estados Unidos al menos desde la Primera Guerra Mundial. Clinton ha tenido un papel dirigente en las invasiones del ejército estadounidense en Oriente Medio. Por ejemplo, como senadora, votó a favor de la guerra de Irak, apoyó diplomáticamente el golpe en Honduras y defendió la “responsabilidad para proteger” (R2P) para intervenir en Libia. Trump ha prometido restablecer relaciones con Rusia, limitar el apoyo a la OTAN y cambiar la estrategia en Medio Oriente. Sin embargo, prometió políticas de fortalecimiento de las relaciones con Israel (el Ministro de Educación israelí ha afirmado que la victoria de Trump “supone el fin de la idea de un Estado para Palestina”) y ha prometido provocativamente trasladar la embajada de EE.UU. de Tel Aviv a Jerusalén, lo que sería un insulto al pueblo palestino y una falta de respeto a su legítimo derecho a mantener la ciudad de Jerusalén.
Está por ver si en un contexto de amplio desarrollo del imperialismo los objetivos de Trump de recuperación de la tasa de ganancia vía proteccionismo pueden sostenerse relajando la política de dominación imperialista de los recursos mundiales, y la extensión espacio-temporal que podría tener un relajamiento de las tensiones interimperialistas. Las medidas proteccionistas, acompañadas de medidas explotadoras tanto de la mujer, como del medioambiente, como de las minorías étnicas, pueden ser insuficientes en un contexto competitivo en el que el dominio de recursos extranjeros y el control de mercados se convierten en exigencias para la supervivencia económica. Al fin y al cabo, los deseos extravagantes de un representante de la burguesía no pueden alterar las tendencias inherentes al capitalismo.
Las salidas de tono y las políticas “espectáculo” de la campaña de Trump se han convertido en el elemento más mediático de su actividad política. Sin embargo, está por ver cuál puede ser su traducción real en políticas concretas, puesto que su propia situación en las relaciones de clase lo va a condicionar, y el conjunto del sistema capitalista y su réplica política va a ejercer de limitante de esas posiciones. Pese a que Trump puede considerarse un “lobo solitario”, va a desarrollar su gobierno en el marco de unas relaciones sociales que determinarán qué podrá y qué no podrá hacer.
Entrando a analizar los motivos de la victoria electoral de Trump, el desarrollo de posiciones como las del candidato conservador son consecuencia de la ruptura entre el establishment político y las necesidades de los y las trabajadoras. La ausencia de una alternativa ha supuesto el apoyo popular a la única alternativa que se ha referido al sufrimiento de este sector, aunque sea con motivos electoralistas y a través de la culpabilización de minorías. Cabe destacar que hasta el final de la campaña Trump ha mantenido el discurso de crítica a “los políticos”, pretendiendo diferenciarse de la estructura gubernamental. Sin embargo, no se puede caer en el engaño de pensar que el voto de Trump es el voto del blanco empobrecido. Es cierto que ese apoyo ha aumentado (un 16% desde las últimas elecciones), pero son las capas más acaudaladas las que generan la base de apoyo que ha permitido que la agregación del voto popular haya dado la victoria a Trump. Su victoria no es la victoria de los “hillbilies” rurales, xenófobos y machistas; es la constatación de que amplias capas de trabajadores cada vez más precarios buscan desesperadamente una solución que el liberalismo oficial es incapaz de ofrecer, y que todavía no ha sido articulada por un movimiento obrero y popular revolucionario.
El escenario estadounidense demuestra que las políticas de conciliación, dirigidas a ocultar las consecuencias de la crisis capitalista y las contradicciones sociales realmente existentes no pueden convencer, o al menos no permanentemente, a un conjunto amplio de la población. El reconocimiento de los intereses contrapuestos en el caso de Trump ha servido para recabar apoyos en las capas populares, pero a base de dirigir la contradicción a la cuestión racial y de género, y no a la contradicción capital-trabajo. Esto implica hacer recaer el peso de la crisis a los hombros de las mujeres, las minorías étnicas, que ya se encontraban en una situación peor. Es tarea urgente de los movimientos obreros y populares hacer frente a la brecha en el “sentido común” neoliberal y capitalista oponiendo los intereses de nuestra clase a los del capital y fortaleciendo luchas por derechos y organización popular. Los procesos de primarias han demostrado que la capacidad de movilización popular se ve ahogada si se enfoca desde el interior del sistema político diseñado por la burguesía. Frente a la idealización que algunos sectores hacen de Bernie Sanders, recalcamos la imposibilidad de llevar a cabo medidas que mejoren la situación de las clases populares sin cuestionar los pilares del sistema capitalista ni oponerse a mecanismos del imperialismo como la OTAN, la cual Sanders apoya. Por lo tanto, pese a que se tenga un discurso radical y contra las élites a la hora de la verdad la historia nos muestra como estos movimientos acaban actuando a favor de los intereses de la clase dominante.
No deja de ser necesario reflejar que el sistema de democracia burguesa norteamericano ha permitido gobernar a Trump con casi 200.000 apoyos menos que la candidatura demócrata. En este caso simplemente ha servido para favorecer una de las dos facciones de la burguesía, pero no deja de ser un mecanismo esencial para evitar la proliferación de posiciones alternativas.
Las conclusiones para la lucha de clases en el conjunto del planeta son claras: las contradicciones del sistema capitalista son apreciadas por la clase obrera, y si no son reconocidas y empleadas por una opción en su favor, son el caldo de cultivo de posiciones xenófobas y machistas, tendentes a dividir a la clase obrera y a desviarla de la contradicción principal entre quien trabaja y quien recibe el fruto de ese trabajo. En un momento de crisis capitalista, la burguesía se divide entre diferentes concepciones de la salida de la crisis en favor de los monopolios, y cualquier intento de deslindar esas posiciones desde una postura de clase está abocada al fracaso. La política del “mal menor” es la claudicación de una política de clase, independiente de los intereses de la burguesía. La lucha ahora se centra en desenmascarar las posiciones del nuevo Presidente de los USA, que serán nocivas para la clase obrera, nativa o extranjera en el interior del país, pero también para los pueblos del mundo. Sin embargo, esto no implica dejar de reflexionar sobre el hecho de que la solución no estaba en la otra candidatura. Insistir en la necesidad de una política obrera y popular independiente es poner la primera piedra y la más importante para la superación del dilema irresoluble de las dos caras del capitalismo y sentar las bases para la superación de un sistema basado en la explotación de los y las trabajadoras, las mujeres y el medio ambiente.