Juventud y Movilización
La juventud somos uno de los sectores que más se han visto afectados por las políticas llevadas a cabo tras el inicio de la crisis. Uno de cada dos jóvenes en búsqueda de empleo no puede trabajar, solamente un joven de cada cinco menor de 30 años se ha podido emancipar, nuestros salarios son cada vez más bajos y el incremento de las tasas universitarias han expulsado a buena parte del estudiantado de extracción obrera que todavía quedaba en la institución. Pese a ello las y los jóvenes no hemos protagonizado grandes movilizaciones en los últimos años. Las causas de esta situación son diversas, desde el individualismo imperante en la sociedad hasta la precariedad vital que supone que existan unas condiciones materiales (facilidad para perder el empleo, necesidad de no perder ingresos, incremento de la dedicación a los estudios tras el Plan Bolonia) que propician que se generalice una sensación de miedo a protestar y resignación entre la juventud. De todos modos estas dificultades no pueden ser una excusa para dejar de trabajar en pos de la organización y movilización de estos sectores marginados por el sistema.
Son numerosos los ejemplos de reivindicaciones juveniles que han tenido éxito por basarse en una movilización continuada, unidad del colectivo afectado y búsqueda de aliados externos así como tenacidad en el cumplimiento de los objetivos marcados. Estos han sido los factores que permitieron que el gobierno retirara la reforma de la Ley 30 en Colombia (Proyecto de Reforma de la Educación Superior en clave neoliberal, muy similar al Plan Bolonia) o el contrato de primer empleo en 2006 en Francia. En el país galo hemos visto además como en las manifestaciones de los últimos meses frente a la reforma laboral, los y las jóvenes han tenido un papel de primer orden junto a los sindicatos obreros. En definitiva, son muchas las vivencias históricas que nos demuestran que para conseguir victorias es imprescindible que nuestra clase esté organizada y activa en la movilización.
Como marxistas, observamos el presente como parte de un proceso histórico y analizamos la realidad en la que vivimos para desarrollar una práctica política que nos acerque a su transformación. En ese sentido no podemos apelar a la movilización de forma abstracta sin atender a las condiciones sociales y materiales actuales de nuestra clase, así como los espacios de organización de los que se sirve para reivindicar sus derechos. Haciendo este ejercicio, comprobamos que nos enfrentamos a una nueva ofensiva del capital, mientras los diversos movimientos populares que se han manifestado masivamente a lo largo de estos años están en un evidente letargo. Así pues, cuando hablamos de retomar la movilización, no hablamos en tercera persona de unas grandes manifestaciones espontáneas en cada ciudad; tenemos que hablar de movilización en primera persona, pensando en cómo volver a generar conflicto y cómo seguir organizándonos como clase en los centros de trabajo, de estudio o en nuestros barrios y pueblos. Este trabajo es el de retomar la lucha y la tensión social mediante la organización en torno a objetivos concretos, presionando para defender nuestros derechos en los planos más cercanos. Desde esta óptica seremos capaces de conectar con los intereses de quien aspiramos a organizar, de aglutinar en torno a reivindicaciones concretas que nos permitan avanzar, pues necesitamos conseguir victorias que no solo mejoren las condiciones de vida de la clase trabajadora si no que alimenten la subjetividad de que tenemos la capacidad de lograr nuestros propósitos.
Por otra parte tenemos que defendernos ante la reorganización que se está dando en el seno del régimen y la consolidación de recortes y reformas antipopulares que están por venir. Debemos romper con la paz social que se ha ido extendiendo como una sombra por nuestras calles y plazas, amparada por una ilusión ciega en la posibilidad de acceder al poder institucional y de un modo fácil y cómodo revertir las políticas que tanto sufrimiento han provocado. Y como decíamos antes, hablar de esta tarea en primera persona es hablar de la recuperación y fortalecimiento de los lazos de solidaridad entre cada conflicto de base, de los espacios de poder popular y de coordinación de todas las luchas.
En el ámbito estudiantil tenemos que movilizarnos junto a la juventud que se encuentra en los centros de estudio, sufriendo las consecuencias de la progresiva privatización y mercantilización del sistema educativo, de la falta de dotación de recursos, de la expulsión económica que les acecha si quieren continuar etapas educativas. Tenemos que identificar cada batalla que podamos ganar a las distintas instituciones, tenemos que hacer partícipes de la lucha a toda la comunidad. Pero no solo eso, en el caso de la educación, tenemos la responsabilidad de sentarnos con los y las estudiantes, el profesorado, con las y los trabajadores de la educación y las familias para poner en común nuestros análisis y estar en guardia frente a los próximos movimientos en materia de política educativa. Tenemos que ser propositivas y acordar y desarrollar mediante el conocimiento colectivo un programa educativo, por el que ya venimos trabajando descoordinadamente las distintas fuerzas políticas y sociales progresistas. Ahora nuestra tarea es lograr una lucha unitaria y cohesionada que no solo haga frente al dulcificado programa de corte liberal que empieza a sonar y a difundirse por los medios de masas sino que se cohesione en torno a un Programa Educativo que tenga como epicentro los principios de calidad, gratuidad y universalidad de una educación crítica, reflexiva, científica y feminista.
En el plano laboral, la situación de la juventud está atravesada por una situación de precariedad estructural en base a lo que hemos venido llamando el cambio de modelo productivo, donde a la par que se produce un proceso de desindustrialización, se da una terciarización de la economía que generaliza un nuevo tipo de empleo y con él, nuevos modelos organizativos que dificultan enormemente la efectividad de la organización sindical tal y como la entendemos. Como sucede con cualquier proceso de cambio en el sistema productivo, las nuevas generaciones hacen una función de experimentación ocupando los nuevos puestos de trabajo como única opción laboral. La precariedad es inherente al concepto de juventud en la deriva que está tomando el nuevo sistema de relaciones laborales generando, por un lado, una situación de desapego al puesto de trabajo fruto de la alta temporalidad del empleo, y por otro lado, una ruptura generacional donde se introducen falsas dicotomías donde se sitúa al empleo estable como contrapuesto a un nuevo empleo altamente precarizado, haciendo confrontar distintas generaciones de una misma clase trabajadora.
Ante esta situación, la tarea de las y los comunistas debe pasar, por un lado, por “rejuvenecer” las organizaciones sindicales, es decir: transformar el modelo sindical para adaptarlo a una nueva realidad que no responde a los estándares organizativos previos. Hay que reinventar el concepto de la organización obrera de un modo que permita la participación de los empleos más precarios, que dé cabida a nuevas realidades “semi-laborales” como las/os becarias/os y el modelo de falso autónomo. La supervivencia de las organizaciones sindicales pasa por el rejuvenecimiento de su composición, de forma que permita a las centrales sindicales comprender y ser capaces de representar a la clase trabajadora que se encuentra inmersa en este modelo productivo emergente.Por otro lado, esta precariedad sistémica en el empleo genera una precariedad vital, con su consiguiente frustración. Como comunistas nuestra tarea debe ser resituar el trabajo en el centro del debate, poner el foco en la contradicción principal que se da entre capital y trabajo y recuperar la conciencia de clase entre una juventud desideologizada.
Debemos ser capaces de generar un nuevo discurso en torno al empleo, cuyo discurso sea asumido por la juventud, y cuyas reivindicaciones resulten atractivas para la realidad de una generación que no busca ya la defensa de un puesto de trabajo precario, sino la posibilidad de realizar un proyecto vital que el sistema les niega constantemente.
Y por último, la apuesta ineludible por la unidad. La juventud debe ser impulsora de esta unidad, somos conscientes de que este sistema nos afecta en todas las facetas de la vida, la falta de acceso a la vivienda, a tener empleos dignos o una educación gratuita son parte de nuestra cotidianeidad y pretenden que sea parte esencial de nuestro futuro. La unidad de las capas populares por la conquista de sus derechos implica asumir que nunca hubo concesión sin movilización previa, y que la presión social en la calle debe golpear con un solo puño.
Debemos ser artífices de crear la coyuntura que nos capacite para derrocar este sistema concebido para el beneficio de unos pocos y para ello nuestra unidad como clase debe iniciarse con la comprensión de que todo conflicto en el centro de trabajo, de estudio o en el vecindario está intrínsecamente unido al resquebrajamiento del régimen.
Hace cinco años, al calor de 15M miles de jóvenes inundaron las calles y plazas con un sentimiento casi instintivo de que vivíamos en un sistema injusto cuyos responsables eran los “políticos y banqueros”. De lo que se trata ahora es de ser capaces de volver a ocupar el espacio público pero con una conciencia clasista que identifique los intereses del pueblo como opuestos a quienes siendo dueños de las grandes empresas y bancos dirigen realmente la sociedad.
La generación “ni-ni”, a la que ni le dejaban estudiar, ni le dejaban trabajar, deberá tomar las riendas de su futuro, como lo ha hecho a lo largo de la historia, y en ese camino construir el nuevo país y la nueva sociedad que necesitamos.
«La juventud siempre empuja,
la juventud siempre vence,
y la salvación de España
de su juventud depende.»
Miguel Hernández, Llamo a la juventud (1937)