La economía mundial ha experimentado un proceso de globalización extrema en las últimas décadas. En la esfera productiva esto se traduce en una extensión en la cadena de suministros sin límites territoriales en busca de la reducción de costes y de adelgazar la carga salarial. La deslocalización de la industria a regiones donde los costes de producción es menor y la plusvalía extraída a las trabajadoras es mayor ha supuesto la vía más común para las grandes multinacionales de aumentar o mantener su tasa de ganancia. El sector tecnológico y en concreto el de la producción de los diferentes elementos de hardware es uno de los referentes en este desarrollo de la industria en las regiones menos desarrolladas.
Y en este punto debemos señalar que este sector no se trata de un elemento aislado en el entramado de la economía global. El avance tecnológico en los diferentes productos de consumo ha catapultado a los diferentes productos de componentes electrónicos de alta tecnología a una posición clave en la red global de producción industrial de bienes. Los microchips se encuentran entre los más esenciales de las elaboraciones de este sector en el concierto fabril mundial.
Y he aquí que estos pequeños objetos de alta tecnología se han vuelto en las últimas semanas una amenaza global solo eclipsada por la pandemia. En concreto, la incapacidad de la industria electrónica global para suministrar a todos sus clientes en las diferentes cadenas de suministros en las que participan.
Son varias las causas de lo que podríamos denominar la tormenta perfecta. La primera de ellas es un elemento estructural en la configuración de la industria de microchips. Se podría decir que muchas empresas se dedican al diseño de estos componentes pero pocas las producen. Existen tres tipos de empresas en el sector. Por una parte las conocidas como ‘fabless’: firmas como Mediatek, Qualcomm o AMD que diseñan los microchips, pero no intervienen en su producción. En el extremo contrario están las llamadas ‘purefabs’. Compañías como TSMC, United Microelectronics o Global Foundries, que solo producen diseños ajenos. En el medio están las que realizan las labores de diseño y producción. En esta última categoría sólo encontramos a Samsung e Intel. La multinacional yanqui podría dejar esta categoría y centrarse únicamente en la elaboración del diseño de los procesadores y no en su producción.
La segunda está íntimamente ligada con las causas de la globalización antes expuestas, la búsqueda de regiones donde obtener mayor plusvalía en un contexto de alta tecnificación dejan pocos territorios candidatos. Estados Unidos todavía lidera en términos del desarrollo de diseños de componentes. Pero Taiwán y Corea del Sur dominan la industria de fabricación de microchips. Se estima que estas dos naciones asiáticas representan el 83% de la producción mundial de chips de procesador y el 70% de los chips de memoria. El propio cluster estadounidense del sector de microprocesadores envió una carta al presidente Joe Biden donde entre otras cosas hacía patente el porqué de este traslado a tierras asiáticas: el menor coste laboral sin un resentimiento formativo o de acceso tecnológico y logístico.
La tercera causa es el sistema de producción denominado just in time adoptado por la inmensa mayoría de sectores industriales. Este sistema se basa en una producción bajo demanda en la que se busca reducir lo máximo posible las existencias de componentes para evitar los costes de almacenamiento. Esta complejidad logística entraña una terrible debilidad: la falta de una única pieza es capaz de paralizar cualquier fábrica y congelar toda la producción de todo un sector.
Y en un modelo productivo tan frágil solo faltaba un empujoncito para resquebrajarlo todo. Y este empujón llegó en forma de pandemia. La producción de microchips se encontraba en máximos históricos en los momentos previos al COVID. Y este ha disparado aún más la demanda para producir móviles, ordenadores y televisores que ya acaparaba el 63% del género y cuyo crecimiento ha reducido el 12% que suponía la industria de la automoción cada vez más dependiente de ellos por la mayor conectividad, digitalización y electrificación de los automóviles.
La parálisis en la movilidad, en especial la correspondiente al vehículo privado, instó a las compañías automovilísticas a suspender sus pedidos de microchips a estas macro internacionales de los componentes electrónicos. Paralelamente, la industria de la electrónica de consumo vió en el confinamiento generalizado una oportunidad inmensa de aumentar sus ventas, con lo que solicitó nuevos contratos para adquirir más microchips en consonancia con sus expectativas de aumento en la producción de tablets, consolas, etc. Así que los proveedores mundiales de estos semiconductores transfirieron sus productos de una industria a la otra. Y es que además esto les supuso numerosas ganancias, pues el margen de beneficio de la electrónica de consumo es superior al de la industria automotriz, sujeta a una presión de precio mucho mayor. Por otro lado, mientras el mercado de automóviles es de unos 100 millones de coches al año, el de la electrónica de consumo supone unos 1.000 millones de unidades anuales, es decir, sus pedidos son más grandes.
A finales de 2020 las compañías automovilísticas vieron que sus previsiones de contracción del mercado estaban sobreestimadas, y la demanda de vehículos aumentó en el último trimestre. Por tanto, necesitaban apretar la producción para cumplir con todas sus ventas potenciales. Sin embargo, los proveedores de microchips ya tenían comprometidas para entonces su producción y sus existencias con la industria electrónica de consumo y comenzaron a denegar a las compañías automovilísticas la reanudación de sus compromisos previos. Es necesario puntualizar que la industria de los microchips, como casi toda aquella relativa a tecnología punta no es flexible. Poner una fábrica en marcha es un proceso que se produce de forma lenta y con gran cantidad de trabajo y capital. El tiempo de puesta a punto puede demorarse un año. Por tanto, adaptar la capacidad productiva a una mayor demanda no prevista conlleva tiempo. Por ello, se estima que las restricciones de suministro de la industria de semiconductores se retirarán solo parcialmente en la segunda mitad de 2021, y que habrá cierta rigidez en la vanguardia tecnológica (informática, chips 5G) que se extenderá hasta 2022.
En Europa existe un problema mayúsculo de cara a retener su soberanía productiva, como está poniendo de manifiesto la pandemia del Covid-19. La falta de suministros sanitarios durante la primera ola de contagios solo fue la punta del iceberg, al cual le fueron sucediendo diferentes tipos de escasez de productos clave para la economía de los diferentes estados. Quizá la cuestión de los microchips ejemplifica mejor que ninguna los problemas estructurales del modelo productivo de los países europeos ante la incapacidad de control sobre la cadena de suministros y por tanto la carencia de soberanía de cualquier tipo. La respuesta de la UE, como no podía ser de otra manera debido a su naturaleza monopolista, es completamente servil a los intereses de las grandes multinacionales. La apuesta del Consejo Europeo es poder cerrar un acuerdo con una multinacional de peso, bien TSMC o Samsung, para instalar una de sus plantas en territorio europeo. Eso permitiría, según su criterio, reducir la dependencia de Taiwán o Corea del Sur al tener un proveedor de proximidad. Irónicamente, también con la pandemia se ha desmontado este mito de que la soberanía es automática en cuanto se produce en tu territorio, sea cual sea la propiedad de los medios de producción. En marzo de 2021 saltaba la noticia de que AstraZeneca tenía retenida unos 30 millones de dosis de su vacuna en una fábrica italiana a pesar de los contratos entre la compañía y la UE que garantizaba que toda la producción en suelo europeo se vendería a los estados miembros, demostrando una vez más que los intereses privados trascienden siempre a cualquier tipo de consideración mercantil, ética o soberana.
Y es que en nuestro actual modelo productivo el descontrol sobre la producción de microchips es una verdadera Espada de Damócles permanente. La falta de estos elementos microchips ha encendido la alarma en la industria española, en la que el bloqueo de la cadena de suministros está provocando parones de la producción en varios sectores y especialmente en el del automóvil. La producción de vehículos es uno de los pilares en el global de la industria española, y diez de sus principales fábricas han sufrido parones de la producción, han recurrido a los ERTE o van a sufrir una de esas dos situaciones en las próximas semanas.
La escasez de suministros que comenzó a finales de año ya ha alterado la producción y el ritmo de trabajo en más de diez factorías. Los sindicatos y la dirección de SEAT acordaron a mediados de enero un ERTE que afectará a las plantas de de Martorell, Zona Franca en Barcelona y la de Componentes en el Prat. Entre las tres emplean a 14.000 obreras. También en la planta de Ford de Almussafes (València), en la que trabajan más de 5.000, se ha aplicado otro ERTE de catorce días de cierre en la línea de producción de vehículos y de nueve en la de motores, al igual que en la Volkswagen de Pamplona (5.000), que ya cerró dos días el mes pasado, ha ampliado hasta junio el ERTE del año pasado. La planta de Stellantis (Citroën) en Vigo, con 6.500 trabajadoras, suspendió varios turnos diarios de trabajo a partir de finales de febrero mientras la de Zaragoza (ex Opel), con una plantilla de 5.000, paró toda su actividad la última semana de ese mes tras haber detenido algunas líneas en el arranque del año. Dejaron de producirunos 10.000 coches entre ambas. Por su parte, las factorías de Renault, que suman 14.000 trabajadores, están efectuando parones desde marzo en Valladolid, Palencia y Sevilla así como en la planta vitoriana de Mercedes (5.000 trabajadoras). Al mismo tiempo, CCOO prevé que en la madrileña Iveco (2.700) plantéen futuros parones.
Las consecuencias laborales de la escasez de microchips están afectando a factorías en las que trabajan cerca de 60.000 obreras. Sin embargo, el parón atañe de igual manera a la industria auxiliar de la automovilística, la cual emplea a más de 200.000 trabajadoras en la fabricación de los componentes que luego se ensamblan en las factorías de las multinacionales.
Es imperante por tanto replantear en nuestro país nuestra política industrial, o mejor dicho la no-política imperante en la actualidad. Planificar en términos soberanos nuestro modelo productivo para reducir la dependencia con la cadena de suministros global y la falta de capacidad de maniobra autóctona. Esta solo será plenamente soberana si se realiza bajo titularidad pública y bajo el control democrático tanto del pueblo como de las trabajadoras de los diferentes sectores. Y solo podrá instalarse si a la inversión necesaria por parte del estado sobre una actividad que cíclicamente necesita altas cantidades de capital debido a que cada salto de generación conlleva un importante gasto para actualizar los diseños y las unidades de producción, se blinde ante ataques privatizadores.