La prostitución sigue siendo una realidad en nuestras vidas, invisibilizada, pero presente. Es la mayor forma de explotación patriarcal y capitalista sobre las mujeres obreras. Aún con la pandemia y la crisis capitalista derivada de esta como escenarios principales, la trata de mujeres con fines de explotación sexual en Extremadura afecta a más de 2000 mujeres, que sepamos, en alrededor de 230 centros, pero también en pisos particulares o en la calle. Estas mujeres no aparecen de la nada, son enviadas engañadas, estafadas o coaccionadas por deudas o presiones sobre sus familias en sus lugares de origen.
La violencia y la pobreza convierten en moneda de cambio a millones de mujeres dentro de un negocio internacional cuyos beneficios se mantienen a costa de su explotación y de su consumo por parte de hombres que ejercen una relación de dominación, especialmente violenta, al desposeer a aquellas de su voluntad, libertad y de su vida. Es un sistema globalizado que somete a dichas mujeres al control de la utilización de sus cuerpos y de su sexualidad, es un dominio patriarcal y capitalista total de la sexualidad, cuya materialidad es la compra-venta del sexo y el consentimiento. En definitiva, esta explotación sexual de las mujeres profundiza su objetualización y deshumanización, alienando sus derechos más fundamentales, sin ir más lejos de donde nos encontramos, en Cáceres, Badajoz, Mérida, Almendralejo, así como en el resto del mundo.
Lo sucedido el pasado mes de agosto en la infame Sala Pasarón de Cáceres es una muestra más de todo lo que implica esta realidad. La noticia no es solo que un brote de coronavirus, del que desconocemos su origen y alcance, propicie el cierre de todos los locales como este en Extremadura. La noticia es que siguen abiertos, delante de nuestros ojos, funcionando de manera deliberada, organizada y sin que ninguna autoridad pública intervenga, cortando de raíz este problema.
Su ilegalidad no es un impedimento para su existencia, tan solo un límite que oculta la explotación sexual. Las acusaciones e intervenciones en la justicia burguesa, al gerente del mismo Club por tener a trabajadoras sin dar de alta en la Seguridad Social, no es ningún impedimento para que sigan existiendo con total impunidad. Tan solo tendrá que afrontar una sanción que apenas llega a 3000€, migajas dentro del beneficio de una explotación millonaria, y 30 meses de prisión, que podrán verse reducidos.
Esto que parece una bochornosa anécdota no es más que una muestra de la libertad con la que el proxenetismo y los puteros se lucran y actúan en nuestro territorio y en el país, donde por una agresión y abuso deliberado hacia las mujeres apenas recibe algo más que una sanción administrativa.
Desde la Juventud Comunista en Extremadura y el Partido Comunista en Extremadura expresamos nuestro más firme rechazo y exigimos el cierre inmediato de todas las salas como estas que sigan abiertas en el territorio, la persecución de todos sus responsables y alternativa habitacional, laboral y de ingresos para todas las mujeres víctimas de esta explotación. Estas medidas de protección efectiva de las mujeres prostituidas es fundamental para proporcionarles herramientas y apoyo económico suficiente para acabar con su situación y que eviten su puesta en peligro de nuevo.
No hay libertad alguna mientras quien pague sea quien tenga el poder y el control. No hay libertad mientras haya quien se crea con el derecho a acceder económicamente al consentimiento de una mujer. No hay libertad mientras haya desigualdad, subordinación y control.
Por ello realizamos un llamamiento a todas las fuerzas del campo popular para que sigan organizándose por la abolición de la prostitución, y de las condiciones de posibilidad que hacen que esta ocurra, la propiedad privada, hasta que la explotación sexual desaparezca de nuestras vidas. Sin olvidar que para que esto ocurra, debe superarse el sistema que los hace posibles: el capitalismo, sustentado en el machismo y el patriarcado.
La trata y la prostitución son inseparables, mientras exista la última existirá la primera. Son las mujeres más empobrecidas, los estratos olvidados del proletariado donde la explotación es más explícita, excluyente y sangrante, y en su mayoría dirigida hacia jóvenes, desplazadas y racializadas, que son quienes se ven abocadas a ejercerla, mientras proxenetas y puteros quedan impunes y se enriquecen.