Durante la celebración del XV Congreso de la Juventud Comunista, hemos analizado muy detenidamente como un elemento determinante para entender la lucha de clases en nuestro país en los últimos años el cierre de la crisis de Régimen y la debilidad ideológica del campo popular en el viraje institucional desde hace años.
En la crisis capitalista que pagó la clase obrera a principios de la pasada década, el Régimen del 78 tembló ante la apertura de una crisis orgánica de sus estructuras, cuestionado duramente por la clase trabajadora del país en cada una de sus patas fundamentales: el cuestionamiento a la monarquía borbónica como heredera del franquismo, a la propia Unión Europea como motor fundamental de la precarización de las condiciones materiales de la clase trabajadora, al fallido reparto territorial del Régimen desde la mal llamada transición… Esto se pudo ver reflejado en todas las movilizaciones multitudinarias de las que la Juventud Comunista fue partícipe en todo momento, aportando plenamente su músculo organizativo y su capacidad de análisis y dirección política. España se llenó de experiencias de lucha que supusieron un punto de inflexión en su historia: las Marchas de la Dignidad, la organización de la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca, el auge de la movilización estudiantil y la creación de un rosario de estructuras permanentes contestatarias a los tasazos y reformas, de cara a expulsar a la clase trabajadora de la universidad y desviarla a la generación de un vasto ejército de mano de obra casi barata (cuando no gratuita) a través de la implantación del modelo de FP Dual; las huelgas generales convocadas por los Sindicatos de Clase en contra de las Reformas Laborales, el movimiento feminista organizado contra la opresión del patriarcado hacia las mujeres de clase trabajadora…
Sin embargo, en el momento en el que este ciclo de lucha y acumulación de fuerzas tenía que cristalizar en algo más allá que luchas espontáneas fragmentadas y establecerse como verdadero bloque contrahegemónico capaz de poner patas arriba el régimen del 78, el oportunismo socialdemócrata, representante del funcionariado y capas de la aristocracia obrera que formaban parte de la movilización, descubrió de nuevo su cara de traidor provocando el vaciamiento de las calles hacia la institución, articulando propuestas organizativas para tal fin.
Ya desde ese mismo momento se pudo constatar que no se tuvieron en cuenta cuestiones fundamentales para la organización de un bloque contrahegemónico (hacia lo que estas mismas propuestas pretendían trabajar), muestra clara de la debilidad ideológica que este campo sufría durante el mismo proceso de cuestionamiento abierto al Régimen, y que trajeron como consecuencia el cierre de la crisis de Régimen sin un proceso rupturista, así como la disolución de todas las experiencias de lucha de las que muchas jóvenes trabajadoras aprendieron en su día, junto a un proceso de reflujo de la movilización y de repliegue táctico en el que aún nos encontramos a día hoy organizaciones revolucionarias como la nuestra.
La primera cuestión y más fundamental de todas, el Estado: el vaciamiento de las calles para enfocar la prioridad de la lucha popular en las instituciones de un Régimen oligárquico y capitalista como el del 78 desde su misma génesis, no puede ser más que un profundo error que no podemos olvidar. Entender el Estado como un ente neutral separado de las estructuras de poder, que depende de la correlación de fuerzas entre las expresiones institucionales de las clases sociales para superar el propio capitalismo, es una muestra de debilidad ideológica y un error político de tamaño histórico llevando a: la claudicación estratégica total y por tanto el abandono de un proyecto rupturista y superador del propio Régimen. El segundo elemento a tener en cuenta es que esta claudicación al Estado burgués niega la posibilidad de la clase obrera de emanciparse, de erigirse como dueña de su propio destino, de autoorganizarse para tomar decisiones…de nuevo se acepta el juego socialdemócrata de la alienación de su independencia de clase en pos de votar cada cuatro años que facción de la reacción distribuye las migajas del capitalismo. Representa, en esencia, una negación del poder revolucionario de la clase obrera.
De esta manera, el agotamiento del tejido popular durante la década anterior, así como la asunción de unilateralidad y exclusividad de la lucha institucional por parte de los representantes de la socialdemocracia, han supuesto una asunción de los límites del Régimen del 78 al aceptar sus cimientos oligárquicos y capitalistas, el “diálogo social” y por ende de la conciliación entre clases con intereses irreconciliables a cambio de las migajas de la patronal, el reconocimiento a los mandatos de la Unión Europea, o la propia monarquía parlamentaria, cerrándose la crisis de régimen en clave reformista. La última maniobra de esta socialdemocracia, al ver que realmente poco le puede ofrecer a la clase obrera en términos materiales, es la invocación del mantra de “defendamos la democracia frente al fascismo”, cayendo en el posibilismo y en la evitación del conflicto, en la reforma por la reforma sin avances políticos. Hemos constatado así cómo se ha maquillado una gestión de la crisis en favor de los intereses de la oligarquía, además con un especial apoyo por parte de los sindicatos de clase mayoritarios en clara dinámica pactista.
Se pasa de entender la necesidad de construcción de espacios de poder popular netamente anticapitalistas para la superación del Régimen como proyecto estratégico, de luchar por nuestro proyecto partidario, a entender paulatinamente que la toma del poder institucional es la necesidad estratégica, sin un programa, sin un horizonte, sin líneas rojas… En definitiva, sin un proceso de reflexión de qué podría suponer llegar a gestionar la miseria del capitalismo dentro de un Estado burgués. Es importante también que nos preguntemos si la supuesta “llegada del fascismo” es tal como para ceder posiciones. Porque, al final, ceder significa defender lo que en el fondo son medidas socialdemócratas y antiobreras, mintiendo a la clase obrera y rompiendo todo puente creado para la emancipación de la misma, pidiendo que confíen en un Estado opresor amparándose en un falso “que viene el lobo” al que tampoco le podrán dar solución entre las instituciones el día que verdaderamente llegue debido a que la socialdemocracia en crisis es el mayor caldo de cultivo para el fascismo. Definitivamente, lo que significa, es que ha faltado un análisis materialista profundo que nos lleva sin remedio a un viraje estratégico.
Con este análisis sobre la mesa, la Juventud Comunista se reafirma en su proyecto estratégico durante el XV Congreso: la construcción de poder popular en los centros de trabajo, en los centros de estudio, y en los barrios como espacios que, al calor de las luchas contra la opresión que genera el capital, comiencen también a desarrollar formas y estructuras netamente populares como contrapoder, para la apertura de un proceso constituyente hacia una III República antiimperialista, antimonopolista, feminista, plurinacional como vía al Socialismo.
Solo así la clase trabajadora tendrá un horizonte emancipatorio por el que luchar, no a través de luchas burocráticas en el seno de un Régimen corrupto y oligárquico desde su propia génesis hace ya 40 años para arrancar las migajas que la patronal esté dispuesta a ceder a regañadientes.