A raíz de la entrada en las últimas fases de la desescalada, y tras el fin definitivo del estado de alarma, se ha extendido durante las últimas semanas en nuestro país la idea de una nueva normalidad, anhelada y deseada por todos. No podemos cuestionar que hay aspectos de esta nueva normalidad que queremos volver a poder desarrollar nuestra rutina: socializar, hacer deporte y, en general, volver al espacio público. El problema es que la normalidad a la que tanto se desea volver trae consigo una serie de injusticias y problemas estructurales que no se pueden asumir como normales. Por eso, para la juventud trabajadora, la normalidad de la que tanto se habla no es más que una crisis permanente.
No podemos asumir como normal un sistema que no nos garantiza una vida digna aunque existan las condiciones para tenerla. Los problemas que han caído como una losa sobre nuestros hombros no son fruto del coronavirus, sino de un sistema que pone los beneficios privados por encima de las vidas de las personas: el paro, la falta de acceso a la vivienda, tener que compatibilizar estudios con trabajo y los empleos parciales y temporales no los ha generado ningún virus.
No queremos una normalidad en la que se incluyan los desahucios, los asesinatos machistas, nuestra dependencia como país del turismo ni la reapertura de las casas de apuestas. Tampoco una normalidad en que las jóvenes de clase trabajadora no podamos acceder a la universidad en las mismas condiciones que el resto, algo que se ha acentuado a través del tele-estudio, ya que no disponemos de las mismas condiciones en nuestros hogares.
La Juventud Comunista luchamos por una normalidad en la que podamos tener asegurada una vivienda asequible, un trabajo estable, un modelo de ocio digno y en la que las mujeres podamos desarrollar nuestra vida sin miedo. Que lo normal sea que nadie pueda generar beneficios a costa de la explotación de otros, y en la que el antifascismo sea un valor asumido por toda la sociedad. Necesitamos una normalidad en la que podamos elegir al Jefe de Estado de forma democrática, en la que el terrorismo y el racismo de Estado sea juzgado y eliminado. En definitiva, luchamos por una normalidad en la que podamos desarrollar una vida digna.