Hablar de Formación Profesional sigue siendo, dentro de la meritocracia neoliberal, hablar de la opción B dentro de la jerarquía educativa. No se puede negar que la sombra del estigma social sigue rodeando las salidas profesionalizantes de nuestra Educación.
Se trata de un control ideológico necesario desde el punto de vista neoliberal: si se ridiculiza o ningunea a las y los futuros profesionales (las y los futuros trabajadores cualificados) se consigue rebajar el papel de la clase trabajadora del mañana. Un buen ejemplo de cómo opera esta reproducción ideológica la hemos visto durante la pandemia, se ha alabado el papel del personal sanitario (y no se cuestiona) pero sin incidir que auxiliares de enfermería y trabajadoras de la limpieza estaban ahí. Esto sigue siendo un claro ejemplo más de que los méritos corresponden a quienes cursan estudios superiores como si la Universidad trajera consigo una especie de bendición.
Esa estigmatización no escapa tampoco del modelo productivo de nuestro país. Nunca podría hacerlo, aunque el modo de producción no fuera el capitalista. La vinculación entre qué, cómo y dónde se produce y lo que deben saber las y los futuros trabajadores está más que clara. El problema es precisamente que si juntamos la devaluación social de la Formación Profesional con un modelo productivo en que la juventud está entregada a una continua precariedad laboral (temporalidad, parcialidad y estacionalidad) nos encontramos con auténticas barbaridades. Como por ejemplo, el uso que muchos empresarios hacen del supuesto período de prácticas (Formación en Centros de Trabajo, según el currículo educativo). En el mejor de los casos se busca una formación especializada, muy concreta y rápida, para asegurar que la alumna o el alumno puede satisfacer su propia demanda a posteriori. Es decir, no se interpreta ese periodo de prácticas desde la óptica de dotar de una educación integral de la profesión, sino de responder a la necesidad, no ya del tejido empresarial sino, de esa empresa en concreto como si fuera una trabajadora más. En el peor de los casos, por supuesto, se busca la reposición de otras empleadas, se busca cubrir vacaciones/días libres/ausencias de forma gratuita. Eso cuando no nos encontramos con casos en los que el desempeño de las tareas a realizar nada tienen que ver con la formación recibida, ¿quién no ha conocido casos de realizar prácticas en la máquina de café o en la fotocopiadora?
Sin embargo, durante los últimos años no es menos cierto que se ha hablado desde muchas instituciones de una potenciación de la Formación Profesional. Una potenciación que tiene más que ver con haber visto que o bien por la lentísima absorción por parte del mercado laboral de quienes han realizado estudios universitarios, o bien por una continua y repetida segregación de clase en las Universidades, (o por una mezcla de ambas) la demanda en la Formación Profesional ha crecido.
La pregunta de fondo es ¿se puede mejorar la oferta educativa de la Formación Profesional teniendo un mercado laboral como el actual? Si las empresas, quienes tienen que absorber al alumnado, buscan perfiles específicos de trabajadores y bajo un modelo de contratación concreto (parcial, temporal, estacional) está claro que la educación se adaptará continuamente a que eso sea así. Por eso desde las instituciones no se ha planificado un cambio integral de la FP, ni un cambio que permita siquiera darle la vuelta a cómo entendemos hoy en día la Formación Profesional.
Humo. Eso ha sido hasta ahora. Palabras dirigidas a que creamos que puede haber una dignificación mientras se sigue profundizando en la espiral meritocrática bajo fórmulas de escalas educativas (en este caso FP Básica, Grado Medio y Grado Superior) que condicionan claramente tanto el papel del profesorado, como la formación previa del alumnado, como el tratamiento posterior de quienes superen esos ciclos formativos. Dignificar es comprender que los ciclos deben ajustarse a las enseñanzas y a las labores profesionales, y no a una suerte de segregación en función de los conocimientos del alumnado. A nadie se nos puede escapar que al igual que se da un choque entre quien estudia un Grado Universitario y quien estudia un Grado Superior en torno a su «status educativo»’, se da un choque entre quien estudia una FP Básica y quien estudia un Grado Superior; cuando la diferencia será la futura labor que desempeñe dentro del modo de producción.
Justamente, en la nueva propuesta de ley educativa (LOMLOE) se va un paso más allá en estos escalafones, ya que se deja la puerta abierta al establecimiento de «másteres» de Formación Profesional, una especialización tras el Grado Superior que agudizará en esa segregación de la que hablábamos y que, desde el punto de vista educativo, carece totalmente de sentido. ¿Especialización de qué? ¿Estudio desarrollado en torno a qué? Un complejo de «universitarización» de la Formación Profesional. La FP necesita más recursos materiales y mejor formación de sus docentes para ampliar la capacidad de conocimiento sobre cada oficio y profesión. Por eso sigue resultando curioso que la misma LOMLOE predique con una potenciación de la digitalización en el seno de la Formación Profesional, o con un incremento del emprendimiento. El alumnado de FP lo que necesita es acercarse más al mundo laboral desde una perspectiva realista, tener a su disposición verdaderas herramientas de actualidad (en lugar de aprender con aparatos y máquinas de hace 3 décadas) y conocer cómo va a ser su futuro laboral (en lugar de hacerles creer que el emprendimiento es una posibilidad). ¿Qué digitalización y emprendimiento necesita una alumna en Cuidados Auxiliares de Enfermería? Volviendo al principio, y que sirva de reconocimiento a su labor durante esta pandemia, lo que necesita una alumna de TCAE son los materiales de primera mano que va a tener que emplear desde el minuto uno cuando acuda a un centro sanitario.
Y frente a esta continua devaluación de los estudios de Formación Profesional dentro del sistema público y, sobre todo, con la tendencia de una demanda al alza; algunos centros privados no han dejado de potenciar la FP. Eso sí, en su caso con una mayor capacidad de recursos. Consiguiendo que estudiantes de ciclos formativos del ámbito de la electrónica, la informática, la sanidad, la industria química, la industria agroalimentaria… o la que sea; tengan a su disposición los mejores recursos. No solo en términos de herramientas sino también de aulas, de inserción laboral, de ratios profesor-docente y de atención familiar.
El perfil del alumnado de Formación Profesional es totalmente heterogéneo, fruto precisamente de su origen de clase compatibilizando sus estudios con otros trabajos y/o con las labores reproductivas en unos casos, o empezando a definir su horizonte de vida en otros. La dignificación de los estudios y de quienes lo componen (estudiantado, profesorado y resto del personal) parte de la base de responder claramente a las necesidades de un sector educativo que lleva años en cuidados paliativos manteniéndose con vida con el esfuerzo de todas las partes. Dignificar la Formación Profesional es reconocer la labor de todas y todos los técnicos básicos, medios o superiores que son la base de nuestra sociedad. Dignificar la Formación Profesional es cambiar el modo de producción para que quienes estudian hoy, no se vean mañana entre un salario bajo, el paro y un contrato temporal.