Este sábado 17, la Juventud Comunista en Aragón acudimos a la movilización convocada en defensa de la Sanidad Pública. Sin embargo, entendemos que sus reivindicaciones se encuentran encorsetadas por la falta de un análisis profundo sobre el papel que juega la sanidad (pública y privada) en el sistema capitalista, así como de un horizonte de superación.
La influencia directa de la manifestación organizada en Madrid hace escasas semanas nos permite esbozar varias de las principales limitaciones, enmarcadas todas ellas en la defensa del actual Estado del Bienestar. Ni su articulación en el pasado, ni mucho menos su persistencia hasta la actualidad, han atendido en ningún momento al cuidado desinteresado de la salud de la clase trabajadora. Su existencia, como la del Estado, responde a los intereses de la clase dominante: la burguesía. La sanidad pública, dentro del capitalismo, no existe para asegurar el bienestar de las pacientes, sino para conseguir que sigan disponibles como mano de obra (fuerza de trabajo) a la venta en el mercado laboral, necesaria para mantener las ganancias de la clase capitalista.
En este sentido, debemos entender que el desmantelamiento de los servicios públicos no se debe a las voluntades personales de Lambán, ni tan siquiera a la labor aislada del Gobierno de Aragón o a la moralidad de x o y ejecutivo, sino a la incapacidad del capitalismo de mantener el reparto de plusvalor previo. El aumento del peso del capital constante (maquinaría, materias primas, herramientas, etc) sobre el capital variable (trabajo humano), que aumenta exponencialmente junto al desarrollo científico-técnico, sumado al actual escenario de conflictos interimperialistas y crisis de le ha hecho entrar en un escenario en el que las ganancias se encuentran tendencialmente en descenso. A esto, además, debemos sumarle otros fenómenos provocados también por las propias dinámcias del capitalismo, como los constantes conflictos interimperialistas o la actual crisis de recursos. Pero no solo hay menos migajas para repartir, sino que la propia situación de reflujo del campo popular deja la puerta aún más abierta al retroceso de las condiciones materiales de la clase trabajadora.
A pesar de ello, la burguesía necesita explotar más vías para el mantenimiento de sus ganancias. Una de estas es la mayor entrada del capital en servicios que antes eran mayormente públicos para acrecentar el número de nichos de valorización. Ya llevamos años experimentando el auge de la titularidad privada en sectores como la educación o la propia sanidad, que afecta directamente a la calidad de los servicios recibidos por nuestra clase. Sus beneficios nos condenan a una vida de miseria.
Pero esta miseria no se plasma únicamente en lo puramente económico, sino también en una larga serie de derivados de lo anterior, que profundizan sus afecciones. Un claro ejemplo de esto es el estado de la salud mental de la clase trabajadora, especialmente en el caso de las jóvenes. La alienación derivada de la contradicción capital-trabajo deteriora claramente nuestra salud, haciendonos ajustarnos a unos ritmos, límites y necesidades que no son los nuestros, sino los del capital. Así, el número de personas afectadas por diferentes enfermedades mentales va en aumento, pero no existen soluciones para nosotras. Ni aún asumiendo que existe una salida dentro del capitalismo nuestra clase contaría con los recursos necesarios para alcanzarla. La salud mental es una cuestión de clase que, por si fuera poco, se agudiza por más determinantes tales como la vida en el medio rural o el género, entre otras.
Ante esta situación ¿cómo debemos articular la lucha?
La entrada de Unidas Podemos en el gobierno del Estado y la configuración del cuatripartito del PSOE, Podemos, CHA y PAR en nuestra región supusieron la culminación de un proceso de institucionalización de las luchas cuyas consecuencias aún siguen palpables a día de hoy. Ningún ejecutivo puede hacer frente al atolladero en el que se encuentra sumido el capitalismo, por mucho que se autodenomine progresista. La propia socialdemocracia está demostrando la caducidad histórica de su proyecto, incapaz de superar los límites del sistema y mejorar la situación crítica en la que vive nuestra clase.
Sin embargo, no debemos contentarnos con el pesimismo y la inacción a los que intentan someternos. La movilización de hoy es un paso, sí, pero el siguiente no debe darse en las urnas, ni tan siquiera reducirse a movilizaciones concretas. Debemos huir de seguidismos en los que se replican los movimientos -en mayor o menor medida fructíferos- ya realizados en otros territorios. En caso contrario, no conseguiremos articular la lucha sin estar subordinadas al programa burgués. El próximo -y necesario- paso a dar es la organización independiente de nuestra clase: la construcción de espacios desde los cuales la clase trabajadora pueda satisfacer sus propios intereses. Serán estos espacios en los que se comenzará a gestar el poder socialista que, tras derrotar al Estado Burgués, nos permitirá alcanzar un horizonte en el que la sanidad deje de atender a las necesidades del capital para centrarse en la salud de los individuos libres.