Las trabajadoras del mundo rural también son dueñas del 8M.
En la actualidad son las ciudades las que rigen y marcan los ritmos y fechas políticas. En ellas parece que germinan las primeras asambleas y espacios que luego se extienden al resto del territorio. Desde ella se marcan cuáles son los problemas e injusticas de las que hacer bandera. Y en ocasiones esto lleva a que solo se hable de la realidad urbana. Que se borren las demás, y que luchas transversales que nos afectan a todas por igual parezca que tengan un solo punto de vista construido desde las grandes selvas de asfalto.
Queremos acordarnos de las injusticias y desigualdades que sufren las trabajadoras del medio rural. El sector primario pierde paulatinamente peso en las estadísticas macroeconómicas, pero sobra recordar que es la base del funcionamiento del esto de la sociedad. Y sin embargo, el medio rural pierde paulatinamente población por las faltas de oportunidades y expectativas. Por una desigualdad crónica respecto a la ciudad en la que la brecha se abre poco a poco cada vez más. Pero hay una brecha añadida que hace esta situación más insostenible aún: la desigualdad abrasiva de la mujer rural trabajadora respecto del hombre.
Como resume María García, jornalera del Sindicato de Obreros del Campo, integrado en el SAT, “El hecho de ser mujer es ya una gran desventaja en el caso de ser agricultora o trabajadora social”. Los convenios colectivos, y en general toda la legislación, se queda en papel mojado en muchas ocasiones. Se trata de declaraciones de buenas intenciones que prometen la igualdad entre hombres y mujeres para posteriormente incumplirla. Prueba de esto son las constantes denuncias desde los sindicatos de falta de inspecciones de trabajo que aseguren que estas leyes se cumplen. El contrato es verbal en muchas ocasiones, de modo que el cumplimiento de la ley queda en manos de la voluntad del patrón. Prueba de lo aquí escrito es que el 59% de las mujeres trabajadoras en el campo no paga ninguna cotización por su trabajo.
Ligado con lo anterior, precisamente la titularidad de la tierra es un síntoma de esta desigualdad. La mayoría de la tierra y las explotaciones están a nombre de hombres, cuando en las explotaciones pequeñas y familiares el trabajo de hombre y mujer es equivalente. El problema es que en regímes capitalistas la propiedad lo es todo: los derechos van ligados a la propiedad, y si no tienes tierras el desamparo de la administración del Estado es total. Un desamparo agravado por la falta de un banco de tierras público que permitiera el desarrollo del maedio rural desde la organización igualitaria de las propias trabaadoras.
La visión del medio rural es imprescindible este 8 de marzo. No podemos no mencionar la realidad de decenas de miles de trabajadoras que son parte fundamental del sostenimiento de nuestras sociedades. Con una invisibilidad mayor al estar fuera de las esferas de las grandes ciudades, debemos otorgarlas altavoces que permitan poner su realidad encima del tablero y que sirva para que el empoderamiento llegue a absolutamente a todos los rincones de nuestro vasto país.