La juventud no nos resignamos a que la receta de la recuperación del empleo pase por negarnos nuestros derechos.
Muy mal nos tienen que estar yendo las cosas para que normalicemos que para poder tener un trabajo antes hay que pasar por desempeñar esa actividad sin recibir un salario. Muy mal nos tienen que ir para que cuando Jordi Cruz se compre un palacete valorado en más de tres millones de euros y se permita decir que su negocio necesita personal no remunerado, no ardan calles.
Las jóvenes no pagamos el alquiler con «grandes oportunidades de aprendizaje» ni con el «privilegio de trabajar con importantes chefs». La juventud es el sector que soporta las tasas de desempleo más altas, mientras se generan nuevas figuras contractuales específicamente diseñadas para nosotras y que degradan nuestras condiciones. El Ministerio de Trabajo lleva sin revisar esta cuestión desde el 2006, a pesar de que constató 50.000 prácticas fraudulentas, un 25% de las registradas. En 2015 había 70.000 becarios cotizando a la seguridad social, una tendencia que parece mantenerse. Y aunque parezca una cuestión menor, no lo es, porque todo lo que no es trabajo no tiene derechos laborales: ni incapacidad temporal, ni desempleo, ni posibilidad de huelga, ni ningún otro.
Además, esto no es sólo un problema para las personas que se ven obligadas a realizar contratos no laborales, sino que instaura en el centro de trabajo condiciones por debajo de las establecidas en el convenio: fracturando a la plantilla que ya no puede defender sus derechos colectivamente.
La juventud no nos resignamos a que la receta de la recuperación del empleo pase por negarnos nuestros derechos.
Si no te pagan es esclavitud