Tal día como hoy, hace 90 años, el hilo rojo proletario que teje, a través de la historia, la lucha de nuestra clase, trenzó una de sus obras más significativas: la Insurrección de Octubre de 1934, la última revolución que estremeció a la burguesía de Occidente. Fruto de las dificultades materiales de la población, la frustración de amplias capas de la clase trabajadora por no ver materializadas gran parte de las reformas impulsadas por la II República, y el auge de la reacción tanto estatal como internacional, provocó que durante Octubre de 1934 estallaran distintos focos revolucionarios a lo largo de todo el país, con especial fuerza y organización en Asturias.
No es objeto del presente texto abordar la conceptualización de las formas revolucionarias que se adoptaron o el papel de los distintos participantes de los sucesos insurreccionales que acontecieron hace ya nueve décadas. Tampoco abordaremos el acierto o error de las decisiones tácticas por las que el proletariado optó: no sabremos nunca qué hubiera pasado si las fuerzas revolucionarias no se hubieran equivocado al volar la línea de alta tensión que no era, fallando el apagón eléctrico que debía cubrir Oviedo la noche del 4 de octubre. Dejamos para el debate historiográfico las motivaciones últimas de aquellos que, rifle en mano, quisieron construir un mundo mejor en aquellos oscuros años treinta.
No se pueden entender los eventos del 34 desligados de la situación política internacional. El contexto en el que se encuadra la insurrección de octubre está marcado por un crecimiento y consolidación del fascismo como forma política hegemónica en algunos de los principales estados del continente europeo. La subida al poder de Hitler y Mussolini en sus respectivos países, y la réplica que había tenido en distintos puntos del mapa, señalaba claramente a la clase trabajadora con conciencia revolucionaria lo que esperaba en los siguientes meses si no se planteaba una oposición firme y organizada.
La socialdemocracia europea se había mostrado titubeante ante la paulatina toma de poder e ilegalización de las principales organizaciones obreras en Alemania e Italia, pero la consolidación del fascismo en Austria significó un antes y un después: la clase trabajadora austriaca plantó cara a las fuerzas de la reacción, pagando un caro precio por ello. Tras encarnizados combates entre milicias revolucionarias y paramilitares fascistas, con eventos como la batalla por la Karl Marx-Hof, conjunto de viviendas bajo el control de los trabajadores vieneses donde se atrincheraron parte de los insurrectos junto con sus familias ante los bombardeos fascistas. Este contexto internacional ayudó a que miles de trabajadores optaran en aquel mes de octubre por ser “Viena antes que Berlín”. Si había que elegir, era preferible ser derrotado resistiendo que entregar el poder a las fuerzas de la reacción pacíficamente. No obstante, debemos detenernos en quienes prefirieron ser Viena, con su consecuente y honrosa derrota, antes que Moscú, y su triunfante revolución bolchevique: el Partido Socialista Obrero Español.
El PSOE había sido pieza fundacional de la II República, desde los tiempos del Pacto de San Sebastián en 1930. En una historia que nos es tristemente familiar, la socialdemocracia asumió determinadas carteras ministeriales desde el 14 de abril de 1931, destacando la que ocupaba Largo Caballero: el ministerio de Trabajo y Previsión. Esta contradicción insalvable entre la acción institucional del PSOE, que concentraba gran parte del trabajo del partido, y la irreformabilidad de las relaciones de producción a través de modificaciones a la legislación laboral provocó que el programa político de la socialdemocracia durante los primeros años de la II República no pudiera superar la reivindicación del cumplimiento estricto de las modificaciones legislativas que los distintos gobiernos de corte liberal-progresista estaban impulsando desde Madrid.
En 1933, se celebraron unas nuevas elecciones, que fueron ganadas por las fuerzas conservadoras y reaccionarias, enemigas declaradas tanto del régimen republicano como de la totalidad de las medidas y reformas que habían sido impulsadas por el anterior gobierno, generando una polarización aún mayor de las distintas fuerzas políticas. La búsqueda de una salida republicana, es decir, constitucional, a la crisis de régimen que sufría la II República tras la victoria electoral de las fuerzas de la reacción el año anterior marcaba unos límites claros para el PSOE, que arrastraba el mismo problema que la Internacional Obrera Socialista desde su fundación en 1923, aquel problema constitutivo de la propia socialdemocracia a la hora de elaborar un programa del socialismo por la vía parlamentaria: la imposibilidad práctica de llevar un programa socialista, fuera cual fuese, dentro de los marcos del Estado burgués.
El programa radicalizado de las fuerzas de la socialdemocracia, expresado en las reuniones de la comisión ejecutiva del PSOE los días 12 y 18 de enero de 1934, dejaba claros los límites de sus reivindicaciones más exigentes: el marco legal vigente, su cumplimiento y ampliación lo máximo posible. Este era un simple programa socialdemócrata que la historiografía burguesa posterior ha pretendido definir como revolucionario, con el tristemente famoso e inmerecido apelativo de el Lenin español para Largo Caballero, aquel mismo Largo Caballero que ya una década antes se oponía a la adhesión de los socialistas españoles a la III Internacional antes de la fundación del PCE en 1921, y renunciaba a la vía bolchevique de la toma del poder.
Las implicaciones organizativas de una apuesta táctica socialdemócrata eran claras: un partido volcado hacia la reforma legal y el trabajo institucional no tenía herramientas organizativas para llevar a cabo una insurrección. Si bien el conocimiento logístico de la estructura capitalista española, fruto de su pertenencia en la gestión de esa propia estructura, le daba una aparente ventaja, el hipotecar todo el horizonte de transformación social a la reforma legal a través del parlamento originaba que su propia organización quedara subordinada al marco político burgués. Articular tu acción política en torno a la mejora de una legislación y en torno a su posterior cumplimiento por parte de la burguesía se configura como un límite a la construcción de cualquier contrapoder independiente a dicho marco burgués: llegará un momento en el que el contrapoder se enfrente a la legislación que se trata de mejorar. Y este contrapoder es la base política y organizativa de la sociedad a construir, y el trabajo en torno a su construcción debe prevalecer en el tiempo ante cualquier concesión que el capitalismo haga hacia nuestra clase.
De esta forma, la función política del PSOE para con el proceso revolucionario que se encendió en 1934 quedaba claro. A pesar de ello, es innegable que la militancia del partido en su acción práctica se desmarcó notablemente de la dirección intelectual que sus dirigentes pretendían desarrollar. Pero la acción espontánea, por muy furiosa que fuera, no logró perdurar en el tiempo. Es la labor de la organización comunista generar ese salto, de lo espontáneo a lo consciente. En particular, y dentro de las distintas facciones e intereses de clase que convergían en las filas del PSOE, cabe destacar la revolución de Octubre del 34 como la chispa que acabó de radicalizar a sus juventudes: tanto la experiencia práctica de las formas de lucha insurreccional, como la derrota y el posterior presidio compartido con la militancia comunista del PCE y de la UJCE fueron las bases de una posterior adhesión a los ideales comunistas que en aquellos momentos se aglutinaban en torno a la III Internacional. Los marxistas de hace noventa años aprendimos una lección importante: que la socialdemocracia, aunque se vista con dinamita, socialdemocracia se queda.
No abordaremos en este texto el relato de los hechos revolucionarios. La heterogeneidad de la insurrección en las distintas partes del estado nos permite hablar de distintos octubres, que significaron distintas derrotas para los intereses históricos de la clase trabajadora. El largo invierno del franquismo, y la perspectiva hegemónica de la historiografía burguesa, contraria al marxismo y a las formas de acción política que desde este se derivan, han facilitado que de todo lo que se pudiera y debiera narrar sobre lo que aconteció hace 90 años no haya sido todo lo que se debiera haber escrito. En lo que respecta al Octubre de 1934, podemos hablar que unos tímidos riachuelos de tinta se han escrito, siendo cada vez mayor el interés no sólo histórico, sino político, que atrae este periodo del desarrollo más consciente de la lucha de clases en nuestro estado.
En las páginas de Lo Stato Operario, en noviembre de 1934, un joven comunista italiano que firmaba sus artículos como camarada Ercoli, antes de ser conocido como Palmiro Togliatti, reflexionaba sobre la Guerra Civil en España y las tareas del proletariado internacional. Los límites del propio movimiento insurreccional en cuanto antifascista, sin considerar la necesidad de plantear la toma del poder por parte de la clase trabajadora como único objetivo eficaz de combatir al fascismo, son algunas de las claves en donde la Internacional Comunista situó los errores de la experiencia de octubre, siendo parte fundamental de una elaboración estratégica que acabaría materializándose en la apuesta por los Frentes Populares en su VI Congreso. Pero eso ya es otra historia.
La insurrección de octubre de 1934 se grabó, con sangre y dinamita, con letras de oro en la historia de la lucha de clases de aquellos que nos precedieron. Las tareas de entonces no son tan distintas de las de ahora, encuadradas en una misma orientación política: la construcción de una herramienta que dé forma a esa conciencia revolucionaria, el Partido Comunista, y que permita a los desposeídos de la tierra caminar hacia la emancipación política. La clase trabajadora intentó, en unos días como hoy, pero de hace 90 años, la construcción de una sociedad en la que la explotación no tuviera lugar, y aunque fracasó en su intento, sembró las semillas que recogieron aquellos que les sucedieron en su empeño por un mundo mejor. Semillas que seguimos recogiendo, sembrando y regando, en definitiva, todos aquellos militantes comunistas que hoy seguimos reivindicando que nuestra tarea está en soldar ese pasado con nuestro porvenir.