El 8 de marzo ha recobrado con los años un carácter central como fecha para el movimiento feminista. Si recién salidas de la dictadura este Día de la Mujer Trabajadora fue clave para organizar manifestaciones y acciones que reivindicaban la igualdad salarial o mejores condiciones para las mujeres, su contenido, a lo largo de los años, fue evolucionando, a la par que lo hacía el número de asistentes a tales acciones. Mentiríamos si tacháramos de novedoso el conflicto que enfrenta, el 8M, a aquellas corrientes que reivindican un mayor contenido de clase con aquellas que consideran esta fecha como el Día de la Mujer, sin apellidos; y, a pesar de todo, esta fecha, que concentra y cristaliza el trabajo de las que se organizan en nombre del feminismo, refleja fielmente el estado de conciencia no de las organizaciones que se movilizan ese día, sino de la sociedad entera.
Ese carácter de clase está inscrito en el conflicto mismo, y que, por ello, cuando este se agudiza, y cuando se extiende ampliamente entre las masas, el 8M tiende a resaltar su contenido clasista
No es la intención de este artículo, por repetitivo y de sobra conocido, reivindicar, según un relato fundacional mítico, el carácter de clase del Dia de la Mujer Trabajadora. Las fechas y los símbolos son lo que las sociedades hacen con ellos, y, por tanto, no será aludiendo a la lucha de Zetkin o Kollontái como se convenza a nadie del carácter obrero de la fecha. Lo que esperamos probar a través de estas líneas es que ese carácter de clase está inscrito en el conflicto mismo, y que, por ello, cuando este se agudiza, y cuando se extiende ampliamente entre las masas, el 8M tiende a resaltar su contenido clasista. Es decir, el 8M, como fecha, ha sido más exitoso, a nivel de capacidad de movilización, cuando ha reconocido más claramente que la lucha feminista es indisociable de la lucha contra el capital, y esto no por ser fiel a su tradición histórica, sino por ser fiel al contenido mismo de la lucha feminista, llevada hasta sus últimas consecuencias.
Si bien sabemos de convocatorias por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora durante la II República[1], esta fecha solo tímidamente vuelve a la vida durante la Transición. En 1978, durante este día se convocan manifestaciones reclamando la igualdad en las condiciones de trabajo para las mujeres. Igualdad salarial, derecho de acceso a todas las categorías profesionales, el final de la precariedad, centrada en las mujeres… todas estas reclamaciones que aún hoy siguen pendientes ya resuenan en las protestas de hace cincuenta años, que son sofocadas por las fuerzas del orden sin miramientos.[2] Más adelante, las convocatorias comenzarán a reclamar asimismo otra serie de derechos negados hasta entonces a las mujeres y que las situaban en una posición de subordinación más allá de la que de por sí establece la desigualdad en el mundo del trabajo: se lucha por el derecho al divorcio, al aborto, al empleo de anticonceptivos o contra la violencia machista.
Sin embargo, y aunque los avances legislativos se van sucediendo, se observa que las convocatorias del 8M van perdiendo apoyo, con un exiguo número de participantes en los años inmediatamente anteriores al 15M. No podemos hacer una equiparación lineal entre la escasa participación en el 8M de estos años y la inactividad del movimiento feminista, pues ahí están los avances legislativos que atestiguan una mayor conciencia acerca de una parte del conflicto; pero es palmaria la tendencia a la institucionalización, al silenciamiento de su contenido más radical, a la política de representación y cooptación socialdemócrata del movimiento. Esta tendencia no solo rebaja sus objetivos sino que le hace perder capacidad de movilización e influencia entre las masas.
Tendremos que esperar al 15M para ver un nuevo auge movilizador en torno al Día de la Mujer, si bien este se vuelve verdaderamente masivo en un momento de especial significación, en 2018. Este año, por una parte, está desarrollándose el infame juicio contra la Manada, que enciende los ánimos de la sociedad y aviva un debate sobre cómo la violencia contra las mujeres está inscrita en ella; pero, por otra, tiene lugar una primera convocatoria de Huelga Internacional Feminista, que reclama un paro femenino de 24 horas y que eleva la tensión entre los sindicatos más movilizados y las centrales sindicales que solo se suman a tibios parones de dos horas, quedando descolgados con respecto de lo más avanzado del movimiento. Al año siguiente, en 2019, una nueva convocatoria de Huelga Feminista da un saldo de participación, según las convocantes, de 6 millones, entre las que se suman a los paros parciales y las que hacen la huelga de 24 horas[3]. Desde luego, no podemos negar el papel que jugó el debate en torno a la violencia machista para la implicación en el movimiento feminista de una enorme cantidad de mujeres, pero, de igual manera, creemos que la convocatoria de Huelga probó que, cuando el movimiento no renuncia a su contenido clasista, es capaz de sumar a sus filas a un mayor número de participantes. Así lo prueba el hecho de que, hasta ahora, la convocatoria más concurrida del 8M haya sido la del segundo año de Huelga, 2019, en un momento en que ya no es tan fácil asociar la participación en las acciones con la visibilidad de casos de violencia.
Se hace evidente que existen toda una serie de violencias veladas que conducen a este estado de cosas
Con todo, no podemos obviar que el contenido de clase al que aquí aludimos como un elemento destacado en la eficacia del movimiento feminista tiene un carácter superficial. Es cierto que las Huelgas Internacionales Feministas señalaban un problema estructural dentro de nuestra clase por el cual las mujeres son relegadas a sectores de la economía más precarios, peor pagados, con peores horarios y condiciones de trabajo en general; y, de la misma forma, resaltaban el carácter indispensable de esta parte de la fuerza de trabajo dedicada a esas funciones, tanto como a todas aquellas que, relacionadas con los cuidados o la reproducción de la fuerza de trabajo, permiten la reposición de la mano de obra de cualquier sector. También es cierto que, a través de este análisis, se hacía evidente que existen toda una serie de violencias veladas que conducen a este estado de cosas, es decir, que una serie de prejuicios y formas de proceder condicionan que las mujeres se encuentren relegadas, en el capitalismo, a esta condición subordinada. Pero no es menos cierto que solo en algunos casos el discurso en torno a este problema llegaba al fondo del asunto. Si bien el movimiento feminista había entendido, en muchos casos, que el Estado era incapaz de resolver el problema por sí solo, y que, por tanto, no podía ser a través del reformismo institucional como se pusiese coto al machismo, encarnado en un conjunto de instituciones que establecen la subordinación de las mujeres, no por ello planteaba más que residualmente que la reforma, sea desde dentro o desde fuera de las instituciones, no alcanzaría nunca a acabar con el machismo. No se puede, en fin, “ayudar” ni “forzar” al Estado a establecer un capitalismo feminista, porque este representa una contradicción de base.
Cuando hoy hablamos del carácter de clase que debe tener el 8M, por tanto, no lo hacemos con la expectativa de reeditar una Huelga Feminista que, canalizada a través de los sindicatos, favorezca una mejor organización de resistencia. No renunciamos a la lucha cotidiana, ni a todas aquellas organizaciones de masas que hoy se movilizan para sostener esa resistencia. Pero entendemos que es necesario dar un salto más allá de esa lucha de hoy y poner la vista en la eliminación del fundamento del machismo. Esto, a su vez, nos exige entender cómo opera este.
Como ya hemos señalado más arriba, entendemos que existe un conjunto de instituciones que determinan el papel subordinado de las mujeres en la sociedad. Pero estas instituciones tienen un carácter histórico, es decir, están determinadas por el desarrollo de la sociedad misma en que se inscriben. El machismo no se dio de una vez y para siempre, y, como es evidente, tampoco nació con el capitalismo. Pero el machismo al que nos enfrentamos es uno determinado por las relaciones sociales de producción capitalistas y que, si bien bebe de las instituciones previamente existentes y heredadas de otros periodos históricos- la familia, la herencia, la propiedad privada, el Estado-, es moldeado para atender a las necesidades de la clase dominante en este momento, la burguesía.
No renunciamos a la lucha cotidiana, ni a todas aquellas organizaciones de masas que hoy se movilizan para sostener esa resistencia. Pero entendemos que es necesario dar un salto más allá de esa lucha de hoy y poner la vista en la eliminación del fundamento del machismo
El motivo y la forma por los que se somete a las mujeres, por tanto, tienen un carácter subordinado al de la producción misma en una sociedad dada. La producción en las sociedades antiguas, ligada a la propiedad privada de la tierra, su expansión a través de las alianzas y su consolidación a través de la herencia, determinó unas formas concretas de familia, en las cuales las mujeres cumplía, además, una función como elemento de reproducción de los vínculos sociales mediante el cuidado y la educación (sin, por ello, abandonar el ámbito productivo como tal). Sostener este modelo familiar exigía establecer toda una serie de prácticas y discursos que asegurasen su reproducción, creando, así, toda una serie de prejuicios contra las mujeres que sobrevivieron al paso del tiempo por ser funcionales a este sistema productivo y a sus sucesores. Es en estos prejuicios, dónde podemos ubicar entre su pluralidad de formas culturales y sociológicas la heteronorma y la represión social a toda forma ajena a la heteronorma. Pero sería absurdo no reconocer que el capitalismo se ha sacudido de encima, cuando lo ha necesitado, aquellos aspectos del machismo que ya no le son funcionales, como la dote o el permiso conyugal. Todo ello, en fin, no es más que la prueba de que el conjunto de las funciones sociales que someten a las mujeres está, en sí, subordinado a un modo de producción que lo sostiene porque le es funcional.
La sociedad capitalista, centrada en la producción de mercancías, nace de la sociedad anterior, y trae consigo una serie de prejuicios que solo con el paso del tiempo va superando, en un proceso dialéctico, a medida que estos suponen limitantes a su desarrollo. Cuando, inicialmente, comienza a funcionar la producción mercantil capitalista, el salario del obrero debía cubrir la reproducción del conjunto de su familia, esto es, asegurar que, mediante ese pago, percibido por el padre de familia, pudiesen alimentarse, vestirse y subsistir su mujer y sus hijos. Pero, según se desarrolla la producción, las mujeres son incorporadas al trabajo de la fábrica en la medida en que lo requiere la demanda de mano de obra, y expulsadas de nuevo de este espacio en cada ocasión en que esta disminuye.
La reproducción de la fuerza de trabajo es asegurada a través de la familia, en la que un reparto de las tareas por género hace descansar en las mujeres el peso principal del trabajo de cuidados
Partimos de una organización de la sociedad en la que la clase poseedora de los medios de producción no se responsabiliza de la reproducción de la fuerza de trabajo. Considera que su parte está hecha con el pago de un salario del que saldrán las mercancías y servicios necesarios para que esta tenga lugar. La reproducción de la fuerza de trabajo es asegurada, pues, a través de la familia, en la que un reparto de las tareas por género hace descansar en las mujeres el peso principal del trabajo de cuidados. De esta manera, los capitalistas están claramente interesados tanto en mantener la familia como en asegurar que, en esta, se asignen de una manera determinada las tareas.
La clase capitalista tiene un genuino interés en sostener la institución de la familia, tal y como la conocemos, porque cumple asimismo con otra función. A la labor de reproducción a que contribuyen las mujeres se suma, en momentos de demanda de fuerza de trabajo, su inclusión en el mercado laboral, tendiendo a cubrir puestos más precarios, tanto por la escasez del salario como por lo reducido de la jornada. El papel de las mujeres, así, es el de aportar un complemento al salario de sus parejas, y dedicar un tiempo complementario al trabajo asalariado, muchas veces en labores igualmente reproductivas y de cuidados. La institución de la familia es una vía ideal para convertir a las mujeres en reservistas del trabajo asalariado. No en vano, como ya hemos señalado antes, se suceden las tendencias hacia la “conquista” del ámbito laboral para las mujeres y las oleadas más tradicionalistas que ensalzan el papel de las mujeres como madres y cuidadoras y las invitan a volver al ámbito doméstico. Por el camino, además, y como parte del ejército industrial de reserva, su propia disponibilidad para el trabajo confluye en la reducción de los salarios de toda la masa obrera.
Como vemos, el machismo no puede ser eliminado mientras subsista la producción de mercancías, pues le es completamente funcional. A esto nos referimos cuando decimos que está subordinado al modo de producción. Y en ello reside el carácter auténticamente clasista del problema femenino. La emancipación de las mujeres exige eliminar las instituciones, prácticas, fuerzas, discursos y prejuicios que la someten a una posición subordinada, pero estos están inextricablemente unidos a la lucha de clases. En tanto sobreviva la fuerza que alienta esta subordinación, subsistirá también ella misma. Las luchas que las mujeres han llevado a cabo en estos años han sido tanto más multitudinarias cuanto más se han acercado a cuestionar este problema de fondo. La lucha por la igualdad en el trabajo supone cuestionar que, por el hecho de ser mujer, se deba formar parte de una cohorte más precaria dentro de la clase obrera. Para que esto sea posible, se abre asimismo el debate sobre la conciliación, sobre los cuidados, sobre el papel de la familia como elemento de subordinación, sobre la precarización económica como vía de sometimiento y reproducción de las condiciones en que tiene lugar la formación misma de las familias.
El machismo no puede ser eliminado mientras subsista la producción de mercancías, pues le es completamente funcional
Todas las reformas que se planteen para atacar las manifestaciones del machismo no acabarán con el problema como tal, pues este cambia de forma en función de las necesidades que trata de resolver para sostener la producción de mercancías. Sin embargo, tampoco podemos ser excesivamente idealistas a la hora de proponer soluciones. Cuando apuntamos hacia el Socialismo como vía de eliminación de los prejuicios machistas, somos conscientes de que estos no se resolverán por decreto, de una vez y para siempre. Sabemos que el proceso de superación del machismo, igual que del resto de prejuicios que determinan el especial sometimiento de fracciones enteras de nuestra clase, será paulatino, y puede estar lleno de avances y retrocesos. La producción de mercancías está en la base de la forma histórica que adquiere el machismo en nuestra sociedad, pero, construyendo la sociedad nueva, debemos mantenernos vigilantes para evitar la subsistencia del machismo bajo nuevas formas. Esto exige, asimismo, que ya hoy trabemos la lucha por superar las tendencias machistas dentro del movimiento obrero, que seamos conscientes de que la emancipación de la humanidad no será tal mientras una parte de ella siga sometida; y de que la forma en que opera el machismo no solo somete a las mujeres, sino que permite mantener como totalidad un sistema basado en la expropiación y la explotación de la mayoría.
La emancipación de las mujeres no es una cuestión moral, es una tarea que está inscrita en las relaciones sociales de producción capitalistas. Quien renuncia a ella no puede llamarse socialista.
La lucha contra el machismo es una premisa para la emancipación de la humanidad.
¡Organizadas frente al machismo, organizadas frente al capital!
[1] https://www.pikaramagazine.com/2019/09/las-primeras-celebraciones-del-8-marzo-barcelona-1936-1938-la-participacion-electoral-la-lucha-antifascista/
[2] https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/blog/historia/articulo/8m-espana/
[3] https://www.elsaltodiario.com/huelga-feminista/8-de-marzo-de-2019-el-feminismo-es-imparable