Que en España desde hace un tiempo se está cociendo un caldo suculento ya no se le escapa a nadie. O a casi nadie. El caldo está en marcha y la pregunta no es cuándo estará listo, sino quién se lo comerá.
Y es que, tras casi 8 meses de pandemia y crisis sanitaria, las sirenas que oíamos sobre una nueva crisis económica en 2019 ya no se escuchan. Porque la crisis económica está aquí. Quizá los indicadores macroeconómicos nos digan que ‘no ha ido tan mal’ o que ‘se ha resistido’ pero la realidad es que las familias trabajadoras que hacíamos malabares para sobrevivir antes de marzo, ahora hemos tenido que aprender nuevas formas de llegar a fin de mes.
Se han activado medidas para rescatar. Se han lanzado salvavidas. Eso es cierto. Pero siempre a costa de seguir manteniendo los renglones y principios de una economía capitalista que nos impone nuestro contagio (y, en algunos casos, nuestra muerte) para seguir existiendo. Solo así se entiende la nueva encrucijada en la que se ve este sistema: si nos quedamos en casa para anular los contagios y superar la pandemia, amenazan con matarnos de hambre, si no nos confinamos para poder mantener su espiral de consumo, entonces nos exponemos a una enfermedad que nos puede matar. La conclusión es que en cualquiera de los casos el capitalismo no puede garantizar a la vez su existencia y nuestra vida. De la misma forma que no puede mantener sus beneficios y nuestras condiciones de vida digna.
Y es que no se ha cuestionado en ningún momento que los centros de trabajo o el transporte público, en el que millones de trabajadoras acudimos al tajo todos los días, sean foco de contagio. Es como si el virus tuviera dos almas en función del ambiente en el que está: si estás en casa con tus colegas o de visita familiar, contagia mucho; si es compartiendo el puesto del curro, el vagón del metro o el bus entre hombros, codos, toses y sudores, entonces no pasa nada.
Por eso, durante los últimos meses, hemos tenido que asistir a un espectáculo bochornoso en el que se ha intentado criminalizar a quienes invertíamos tiempo en ver amistades y familiares. Incluso, en la magnífica perversión del capitalismo, también si acabábamos entrando en la lógica de consumo que permite mantener su economía. Daba igual si los planes los hacíamos por nuestra cuenta o favoreciendo a grandes cadenas de hostelería: la juventud éramos una tropa de irresponsables y punto.
Hay que hablar también de trabajadoras migrantes y del movimiento de la vivienda: a la vista de los acontecimientos, organizaciones y medios reaccionarios iniciaron una ofensiva que permitiera normalizar el racismo y los desahucios para debilitar movimientos que puedan hacerles frente. Que logremos asumir su violencia y señalar al que viaja a nuestro lado es el paso imprescindible para que la ultraderecha se abra paso. ‘’Divide y vencerás’’, dinamita la solidaridad entre las clases populares, y podrán difundir el mensaje del odio y el caos para lanzar la consigna de sólo tú puedes hacer grande este país.
De momento todas las medidas con las que se intenta frenar esta pandemia son restrictivas: no salgas a reírte, no salgas a hacer deporte, no salgas a tomar el aire. No salgas. Da igual que todas las menores de 30 años vayamos a vivir una nueva crisis (y para muchas será la tercera). Da igual que las enfermedades mentales estén creciendo permanentemente entre la juventud frente a un futuro de miseria e incertidumbre. Da igual porque no se pueden mantener las lógicas desigualdades del capitalismo y a la vez garantizarnos el bienestar. No se pueden mantener los beneficios de empresas y a la vez la garantía de los puestos de trabajo y la salud laboral. No se pueden mantener los privilegios del sector privado sanitario y a la vez una Sanidad Pública robusta y a pleno rendimiento. Simplemente no se puede. No existen medias tintas y, en un momento como este en el que la lucha entre clases se agudiza, algunos saben a quien no hay que morderle la mano.
Durante los últimos días hemos asistido precisamente a ese conflicto. Hartazgo, cansancio y desesperación. Violencia en las calles aprovechada por la ultraderecha para capitanear estallidos concretos de una parte de la población. En algunos casos niñatos que después de la resaca despertaron en su chalet vestidos de Lacoste. Negacionistas de las evidencias científicas y promotores de teorías conspiracionistas tratan de canalizar discursos en teoría antisistema pero que son completamente funcionales al sistema. Ambos grupos responden directamente a la intención de la ultraderecha de dirigir las movilizaciones hacia sus fines reaccionarios. En otros, jóvenes que simplemente ese día no pudieron ayudar a su familia en el bar del barrio.
Frente a la pandemia, frente a la crisis y frente al auge reaccionario que asola este país durante los últimos años, debemos dejar claro quienes representamos al pueblo y a la juventud trabajadora, qué defendemos, cuáles son nuestras propuestas y quienes tendrán que perder para que ganemos. Tenemos que dejar claro que no tendremos salud, empleo y servicios públicos mientras haya una clase parásita (los empresarios) que no deja de engordar su bolsillo a nuestra costa. Hay que dejar claro que la juventud trabajadora es también juventud antifascista, porque nos da igual donde haya nacido la cajera del súper de la esquina o, nos da igual con quien se líe el compa de clase. Hoy más que nunca, debemos dejar claro que la juventud trabajadora nos negamos a asumir un futuro que sea como esta mierda de presente y que, codo con codo, somos imparables.
Guillermo Úcar.
Secretario General de la Juventud Comunista