Para la juventud trabajadora los meses de verano suelen tener como denominador común una vuelta de tuerca en la precarización de nuestras condiciones de vida y este año, tras la crisis desatada por la pandemia, se ha notado con mucha fuerza.
Durante este verano hemos tenido que aguantar -como de costumbre- salarios de miseria, jornadas laborales en condiciones inhumanas, contratos basura, etc. Como cada año hemos tenido que arrastrarnos para poder acceder a un trabajo precario y temporal para poder seguir subsistiendo y que los ricos disfruten de sus vacaciones o puedan seguir explotando el campo. Más que nunca nos hemos sentido como simples herramientas, máquinas que solo valen para producir, pero que no pueden disfrutar del poco tiempo libre que nos queda de vida. Mientras hemos sido libres para ir a trabajar, se nos han criminalizado por salir a socializar a la calle -como si tuviéramos otra alternativa-. Ha sido a nosotras a las que se nos ha culpado del repunte de la tasa de contagios, pero nunca se ha mencionado a que detrás de cada fiesta hay un empresario que se forra mientras nosotros soportamos la culpa por socializar del único modo que nos han dejado y del que nos han enseñado.
Hace pocos días hemos conocido uno de los datos más devastadores que se ha presentado desde hace mucho tiempo: el suicidio se ha convertido en la causa de muerte más común entre los jóvenes -y eso eran datos de 2019 en los que no había afectado todavía la pandemia-. Este sistema ha conseguido que muchas jóvenes no puedan soportar más el peso de seguir viviendo y decidan quitarse la vida para acabar con el sufrimiento y ansiedad que les genera su día a día. No podemos convertirnos en números, debemos asumir que detrás de cada una de esas personas había una larga vida por delante -como la nuestra- y debe hacernos reflexionar sobre qué condiciones les hicieron llegar a prescindir de lo único sobre lo que tienen decisión. Esas condiciones no son otras que el dolor que genera vivir al día: la incertidumbre de no poder planificar un futuro, la soledad producida por no saber dónde vas a estar al día siguiente y si te vas a separar de tus seres queridos… Es el sistema capitalista, un modelo económico que sangra a la clase trabajadora, el que nos hace pasar por este sufrimiento por el simple hecho de haber nacido en una familia obrera, por el simple hecho de vernos obligados a salir a trabajar para poder sobrevivir.
Y no contentos con darnos estas condiciones de vida, pretenden hacernos creer que la culpa de haber llegado a esa situación es nuestra y que, por lo tanto, la solución parte de un cambio de actitud ante la vida. Es culpa nuestra por no haber estudiado lo suficiente, por no haber hecho esas prácticas no remuneradas -que en el fondo era trabajo esclavo- o por haber decidido no perder nuestra vida compaginando tres trabajos para poder malvivir. Y, por supuesto, con una sonrisa. Quieren que sonriamos mientras cobramos sueldos indignos -y no las horas extra-, quieren vernos contentas cuando nos tengamos que volver a casa de nuestros padres (en los casos que nos hayamos podido permitir un alquiler compartido con cuatro compañeras donde se nos iba el sueldo) porque nos han echado del curro y no podemos seguir manteniéndonos, mientras casi todo nuestro sueldo desaparece en una habitación diminuta y unas facturas cada vez mayores, mientras nuestras compañeras hablan sobre viajar y nosotras sobre las copas que pondremos en verano para intentar poder pagar la universidad, sonreir mientras las ojeras son cada vez mayores de alternar nuestros estudios con curros de fin de semana. Pues no.
No vamos a dejar que nos ganen la batalla, no podemos dejarnos pisar. Debemos ser capaces de convertir ese odio y esa frustración en una fuerza capaz de transformar la sociedad en la que vivimos para poder desarrollarnos como seres humanos y no como simples eslabones de una cadena productiva que nos consume o nos expulsa según le interese a su beneficio. Somos demasiado jóvenes para ser tan infelices, pero en nuestras manos unidas está la capacidad de darle la vuelta a la situación y luchar por construir una vida que realmente merezca ser vivida en plenitud.