En tiempos de crisis, incertidumbre y descrédito de las instituciones podemos ver cómo cada pequeño espacio público es aprovechado para defender las estructuras que mantienen vivo el régimen del 78, no siendo la monarquía ninguna excepción. La corona como institución es una de las principales sustentadores de un régimen heredero de la dictadura franquista y, pese al intento de lavado de cara, con las mismas señas de identidad: defensa de los intereses de la burguesía, ensalzamiento del nacionalismo español y control del ejército mediante el título de capitán general ostentado por el Felipe VI.
Los datos revelados por la encuesta realizada recientemente por diferentes medios de comunicación muestran el descrédito hacia la institución monárquica por parte de la juventud obrera. Los casos de corrupción, los escándalos y la impunidad con la que cuentan los miembros de la casa real van poniendo más clavos sobre su ataúd, evidenciando el verdadero carácter de la misma y mostrando que la gente quiere decidir sobre quién les gobierna. Es hora de continuar la lucha, es hora de continuar apostando por la República.
Siempre nos presentan a la monarquía como algo al margen de la política, al margen de los partidos, sindicatos, patronal, etc., al margen, incluso, de los problemas que se presentan en el país. Su papel no pasa de pedir concordia y unidad en los momentos difíciles pero nunca veremos al rey salir a defendernos cuando somos reprimidos por salir a la huelga ante un nuevo abuso laboral, por lanzarnos a la calle cuando pisotean nuestros derechos o cuando nos dejamos la vida y la salud en el puesto de trabajo. Cuando se le presenta como rey de todos los españoles, cuando se dice que defiende los intereses de España se les suele olvidar decir que esos intereses son los de la oligarquía y el gran capital y que, generalmente, son opuestos a los intereses de la juventud trabajadora pues solo plantean un marco que pretenda aumentar nuestra explotación.
La corona, por medio del papel de jefe de Estado, representa los intereses de los grandes poderes del Estado, los cuales coinciden con los del gran capital nacional. Esto hace que en el plano de las relaciones internacionales se defiendan solo los intereses de la minoría burguesa frente a la clase trabajadora. Como consecuencia, no es una sorpresa que con el fin de mejorar su posición en el panorama internacional, la monarquía siempre se haya mostrado partidaria de que España forme parte de grandes acuerdos internacionales (como la adhesión a la Unión Europea), siendo una de las principales instituciones del Estado en mostrar su apoyo a este tipo de acuerdos o incluso a ser su promotora. No podemos olvidar que la UE constituye uno de los principales polos imperialistas en el panorama político actual, cuyo único cometido es defender los intereses de las grandes oligarquías. Estos intereses, donde impera el beneficio por encima de todo, confrontan con los de la clase trabajadora e incluso con nuestras propias vidas como ha quedado más que constatado durante el transcurso de la pandemia.
En consecuencia,la lucha no puede darse desde la legalidad del Estado actual.No serán las instituciones o los partidos desde el parlamento los que nos traigan una república que realmente trascienda el estado actual de las cosas defendiendo los intereses de la clase trabajadora, por lo tanto nuestra aportación a la construcción de la misma no puede darse en el marco institucional sino dando la batalla en la calle. Una batalla que no puede darse a través de luchas parciales o como un sumatorio de luchas aisladas sino bajo un hilo conductor único: el aumento de la conciencia de los principales actores sociales con una perspectiva revolucionaria que permita la construcción del poder popular como forma de toma y ejercicio del poder.
De poco sirve la construcción o la lucha por una república en abstracto si esta no es capaz de romper con cualquier resquicio del régimen pasado y con el objetivo claro de la construcción del socialismo como único camino posible hacia nuestra emancipación. Esta república debe tener como pilares fundamentales el antiimperialismo y antimonopolismo, acabando así con la dictadura del capital y del beneficio empresarial, construyendo un sociedad donde la clase obrera sea la protagonista y dueña de su destino, lo cual, necesariamente debe pasar por la salida de la UE como institución defensora y garante de los intereses de la oligarquía.
No puede entenderse una república con un potencial realmente transformador si no rompemos con con todos los entramados de ejercicio de poder que sustentan el imperialismo por lo que el abandono de la OTAN se convierte en necesidad. La nueva forma de Estado debe ser ejemplo para el resto de países del mundo demostrando que pueden establecerse relaciones entre los pueblos que no escondan un interés económico sino que se establezcan en base a la solidaridad y el desarrollo común. No nos conformamos con una mera forma de cambio de gobierno, no queremos un simple cambio formal o legal de quién está al mando del país. Queremos un nuevo paradigma donde el interés de las clases populares esté por encima del beneficio y donde no haya cabida para el imperialismo ni sus monopolios.
Debemos superar la vacía concepción burguesa de democracia según la cual esta existe porque participamos cada cuatro años en la decisión de quién o cómo se reparten las migajas que sobran de nuestra explotación, pero sin cuestionar en ningún momento que sea la oligarquía la que realmente tenga la sartén por el mango. La democracia como la verdadera toma de decisiones y ejercicio del poder, debe partir de los espacios de poder popular que organizados en torno a su barrio, a su centro de trabajo, a su centro de estudios y en definitiva, a sus espacios de desarrollo personal, tomen las decisiones que nos permitan vivir de una forma que merezca la pena ser vivida. Para esto solo existe un camino: la república que nos abrirá el camino hacia el socialismo.
Un solo camino, hacia la república